Los caprichos del idioma han hecho que el término delivery se haya convertido en sinónimo de reparto de comida a domicilio probablemente porque es la especialización que más ha triunfado en las ciudades.

El delivery afecta en realidad a todo el comercio y a casi todos los sectores industriales; y a cada vez más gente, no solo a jóvenes y a papás hiperocupados sin tiempo para poner una olla. De hecho, los datos de este año indican que el comercio se sostiene gracias a su versión electrónica, la única que crece de forma robusta impasible a crisis bélicas y diplomáticas. En los últimos seis años, ha pasado de suponer el 20% de todo el sector al 30%.

Solo basta echar un vistazo a las calles tristemente pacificadas del Eixample barcelonés para comprobar cómo las camionetas, las motos y los patinetes han invadido el espacio que antes ocupaba el tráfico de los particulares. No me atrevería a cuantificar el número de vehículos comerciales que machacan nuestra ciudad en relación al total, pero sí veo que su proporción crece.

Los temores de Ada Colau, expresados con aquel mal tono que caracteriza a ciertas personas cuando tienen razón, se cumplen sobradamente. La lógica de la logística no está al alcance de la gente corriente, de forma que un pedido de tres artículos que en la web de la tienda aparecen como un conjunto llegan a su destino procedentes de tres almacenes diferentes en otras tantas expediciones, horarios y días.

Si es verdad que el turismo consume territorio y que como tal debe ser tratado, también lo es que el transporte minorista lo devora; y que como tal debería ser regulado, aunque parece que la justicia no lo ve así. En épocas veraniegas el reparto de mercancías es el grueso del tráfico urbano de los pueblos, y subiendo. También de las llamadas vías rápidas, sobre cuyo estado no hace falta que me extienda. Es un negocio que facilita la vida y amplía las opciones de los bolsillos, incluso los modestos, pero que genera más ruido, tráfico, contaminación y riesgos.

Estos días oigo un anuncio radiofónico de Amazon en el que ofrece puestos de transportista para los que no se requiere experiencia previa; no habla de la duración de la jornada, ni del resto de las condiciones. A mi casa jamás ha venido un chófer acompañado, siempre es uno solo el que carga con el bulto, que procura quitárselo de encima lo antes posible para volver al volante. Tienen aspecto de ir agotados. Y, si me apuran, de ser malos compañeros de carretera.

No recuerdo qué traía, pero el muchacho necesitaba mi DNI y subió hasta el piso. Después de darle los datos, le pregunté todo lo amablemente que fui capaz si él creía que aquéllas eran horas de entregar mercancías en un domicilio. Me contestó con un lacónico y desvergonzado "sí", pese a que apenas habían dado las ocho de la mañana. Envié sendos correos a Tipsa, su empresa, tanto a la delegación barcelonesa como a la central. Ya se imaginarán que no obtuve respuesta: si no estiran por la mañana, por la noche o se te plantan en casa a la hora de comer, la vida no les da para tanta entrega a tan exigua ganancia.

Por eso, cuando uno compra un objeto de cierto peso y confía en que será llevado a casa si la web habla de “entrega en domicilio” -después de pagar específicamente por el transporte-, puede encontrarse con la sorpresa de que vivienda y calle quieren decir lo mismo en la jerga del ecommerce. Hay que aprender una nueva terminología que comprende términos como “montaje”, que quiere decir lo que dice, más entrega de verdad en casa; “acarreo”, que es una forma útil para señalar “hasta la puerta de la calle” o hasta arriba, según convenga en cada momento. Es un terreno en el que ya nos hemos metido hasta las cejas y que está lleno de trampas; o estafas de baja intensidad, nuestra picaresca de toda la vida de diós.

Como cuando te dejan un bulto de 42 kilos en el patio de la casa del pueblo con el argumento de que el transportista que Leroy Merlin ha contratado para llevarte la mesa no entra en los domicilios -herencia de la pandemia-, y mucho menos hasta la primera planta. El pobre conductor, que insiste en presentarse como “un mandado”, te da la hoja de entrega para firmar doblada por la mitad, y cuando se ha ido ves que en la parte baja del resguardo dice “XL ENTREGA SUBIDA”. Y metida doblada.