Antiguamente, las grandes potencias tenían unos buques de guerra cuya misión era "pasear la bandera", ir de puerto en puerto alrededor del mundo para presumir. "¡Mira qué acorazado más majo tengo! Impone, ¿eh? Pues tengo una docena más como éste, así que, ojo, no te metas conmigo", venían a decir las grandes potencias. 

Aunque todavía hay quien presume de tener barcos enormes y los pasea por ahí para que se vean, hoy se presume de bandera de manera mucho más constructiva y para beneficio de todos. La promoción de la cultura propia y el intercambio cultural, el darnos a conocer y el querer conocernos mejor, nos ayuda a tejer simpatías y alianzas alrededor del mundo. En Italia tienen el Istituto Italiano di Cultura; en Alemania, el Goethe-Institut; en Francia, el Institut Français; en el Reino Unido, el British Council… En los Estados Unidos tienen Hollywood, pero de eso hablaríamos otro día. 

Apetece alguna buena noticia. Esta semana se ha celebrado en Barcelona la reunión anual de los directores del Instituto Cervantes, nuestro buque de bandera. Aunque, ay, el problema es el de siempre, el presupuesto. El Instituto Cervantes necesita unos 120 millones de euros al año para funcionar más o menos, pero Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, nos ha recordado que la promoción de la cultura es el patito feo de todo gobierno hispano. El Ministerio de Cultura solía dedicar unos 50 millones de euros al Instituto Cervantes, aunque en el último ejercicio, excepcionalmente, ha puesto 80 millones sobre la mesa. El resto sale de los cursos de lengua española, catalana, vasca o gallega que el Instituo Cervantes imparte por el mundo, aunque los cursos más solicitados son, como es lógico, los de lengua española, una lengua que cuenta con cientos de millones de hablantes por el mundo.

A petición del mismo Instituto Cervantes, sus directores se han reunido este año en Barcelona. De lunes a jueves, han hablado y discutido de sus cosas. El tema estrella de este año era el del plurilingüismo, las diversas lenguas oficiales en España y su promoción en el extranjero. En la jornada inaugural estuvo invitada la reina, el ministro de Cultura, el de Asuntos Exteriores, el alcalde de Barcelona, el regidor de Cultura, el presidente de la Diputación… En la clausura de la reunión, otro desfile de autoridades igualmente impresionante. Lo merecía.

Pese a la importancia del acto y al tema central de esta reunión, ningún representante oficial de la Generalitat de Catalunya constaba entre los presentes. Piensen ustedes lo que quieran, pero considero que esta ausencia es una estupidez. Una de las principales riquezas de Barcelona y, por tanto, de Cataluña, es su importancia en el ámbito cultural y más concretamente, en el literario, riqueza que cuarenta años de estulticia, provincianismo y manipulación cultural han intentado reventar. Casi lo han conseguido. Que todavía quede algo, por poco que sea, con cara y ojos es señal de su fuerza primigenia, y un recuerdo de dónde podríamos estar de no haber tenido idiotas al timón de la cultura en Cataluña.

Pero a lo que iba: la reunión de los directores del Instituto Cervantes en Barcelona ha sido una noticia excelente. Como también es una buena noticia que el señor Collboni, alcalde de nuestra ciudad, haya anunciado que el año que viene se celebrará la reunión de Ciudades Cervantinas en Barcelona. Porque Barcelona es una ciudad cervantina de primera especial, como queda bien claro en la segunda parte de El Quijote. Es más, en la Feria de Guadalajara de 2025, Barcelona será la ciudad invitada. Barcelona fue, antaño, la capital editorial mundial de la lengua española. Hoy México nos ha pasado por encima y Madrid se nos acerca, pero tenemos una larguísima tradición editorial a tener muy en cuenta. Podríamos hablar largo y tendido también de la importancia de Barcelona en el tebeo, el cómic o como se llame ahora, sin que nadie haya levantado todavía un museo del cómic en la ciudad. Etcétera. Hay mucha tela que cortar en este mundillo.

La importancia del libro y la literatura en Barcelona va más allá del puro negocio. Es un síntoma de cómo va todo. Si la cultura literaria va bien, vamos por buen camino. Si empezamos a mezclar política con lenguaje, a dividir el mundo entre hablantes de aquí o de allá, en vez de ayudar a mezclarlos, vamos mal. Si pusiéramos más inteligencia, mejor gestión y un mayor presupuesto en cultura, nos iría de fábula.