El Gremi d’Antiquaris de Catalunya tiene nuevo presidente. Es Sergi Calvell, estudiante de Física que lo dejó todo para dirigir una empresa familiar que se remonta a 1943, cuando su abuelo, carpintero de Argentona y amigo del arquitecto Puig i Cadafalch, abrió un comercio de antigüedades en Barcelona, calle Girona, 29. Es un antiguo local de hermosa arquitectura salvada que se llama Calvell&Morgades, desde que Sergi se asoció con la anticuaria Montserrat Morgades para crecer y expandir el negocio. Su debut mediático han sido portada y dos páginas en el Punt Avui. Entrevistado por María Palau, ha puesto de relieve la importancia de los anticuarios catalanes en el mercado internacional y las contradicciones, la falta de ayudas y el saqueo fiscal que sufren en Catalunya.

Clavell combina objetos antiguos con arte y objetos contemporáneos. Originales contrates como muebles castellanos de antes con una escultura moderna encima. Un descubrimiento del mercado estadounidense que aprovecha el desprecio a todo lo castellano que imponen los ultras catalanes de a pie y en el poder. “El pequeño comerciante no puede ir a las ferias internacionales por culpa del sistema de exportaciones y el gran comerciante  no puede vender las piezas grandes por culpa de los aranceles. Es un problema de toda España y en Catalunya tenemos otro añadido y propio: el impuesto de transmisiones patrimoniales por la compra de obras de particular a comerciante”, explica el presidente de los anticuarios. Para animar el mercado catalán impulsaron una feria en las Drassanes. Montarla les costó 150.000 euros. La única ayuda pública que recibieron fue de 150 euros.

Otro caso y ejemplo que cita es el Museu del Disseny de Barcelona. Porque los museos también son vitales para ayudar a que el patrimonio se quede en casa. Sin embargo, los sótanos del Museu del Disseny están abarrotados de donaciones y “hará una nueva lectura moderna de sus fondos, poniendo el foco en los materiales de las piezas y no en su calidad”, destaca el anticuario. Pero a la hora de la verdad, “nos sentimos defendiendo el patrimonio. Empujando somos cuatro gatos”, expresión de los tiempos de los míticos Quatre Gats del Modernismo. Las piezas de entonces, procedentes del Eixample, las pagan los japoneses a precio de oro. La causa de estos males se debe a la casta dominante en el poder, en las instituciones y en parte del funcionariado. Sus características: ignorancia, ineptitud y desinterés por todo lo que se refiera a la cultura en general.

El resultado es tragicómico, tal y como lo cuenta Clavell: “El sistema español de exportación de obras de arte es una barbaridad. […] En una cubertería hay que pedir permiso para cada cubierto. […] Para una postal de 1900 hay que solicitar el mismo permiso que para un Caravaggio…”, permisos que a menudo tardan meses para poder enviarlos a Andorra, por ejemplo. De ahí que los anticuarios deban dedicar demasiado tiempo y esfuerzo a negociar con las instituciones. Porque a los burócratas les importa más su sueldo, su escalafón, sus prebendas y su papeleo. Sin todo ello, las antigüedades serían aún más preciosas.