Llega agosto y se vacía la ciudad. El pifostio que se ha liado en las carreteras, estaciones y aeropuertos nos dice que un montón de personas han querido escapar de las aglomeraciones urbanas y las muchedumbres de turistas. Los indígenas barceloneses han liado el petate y se han dado a la fuga. Unos habrán sido engullidos por las aglomeraciones aeroportuarias; otros habrán perecido de inanición y sofocos en uno de esos atascos kilométricos de nuestra red viaria. Los que han sobrevivido al viaje formarán parte de alguna muchedumbre turística a saber dónde y en unos días estará de vuelta, compungida y desorientada, ya verán.

No todo el mundo participa de esta migración masiva. El número de barceloneses que no puede permitirse unas vacaciones aumenta año tras año. Ahí están las cifras, para quien quiera verlas. El poder adquisitivo de los salarios en Barcelona baja y baja mientras vivir bajo techo, comer cada día y vestirse son vicios cada vez más y más caros. No parece que esto vaya a cambiar y todo indica que a nuestros líderes patrios les da lo mismo. Al menos, esa es la impresión que dan.

A lo que íbamos. Que Barcelona pierde miles de habitantes por un lado y gana miles de turistas por el otro. Eso provoca contrastes de sobra conocidos por quienes nos agostamos en la Ciudad Condal. El verbo agostar es muy adecuado para esta situación, por si ustedes preguntan. Paseamos por lo que parece una ciudad desolada y de repente nos damos de morros con centenares de turistas sofocados rodeando alguna cosa de Gaudí, por ejemplo. El contraste es desconcertante, pero pronto se acostumbra uno. La ciudad es otra, en agosto, nada que ver con la Barcelona del resto del año.

Toda actividad que no sea turística baja la persiana, excepto algunas obras públicas y las obras del Camp Nou, porque hay que dar la oportunidad a las subcontratas de las subcontratas para que sus trabajadores sufran golpes de calor. Los hospitales públicos y los centros de asistencia primaria cierran plantas enteras y reducen sus plantillas, pero también los servicios sociales. Dicen que no ponen más medios para evitarlo por falta de presupuesto, pero lo han dicho ya tantas veces que uno desconfía. Si no llega el presupuesto un año, lo subes al año siguiente, ¿no? Pues no. Es que ya no cuela. Dejémoslo aquí. También cierran oficinas y comercios y algunos cierran tanto que no volverán a abrir. Cierran también algunas líneas de metro, otro clásico del verano, por labores de mantenimiento, y faltan autobuses. Todo está patas arriba en agosto.

Agosto era un tiempo amable dominado por la pereza. Leía mucho, en agosto, pero bastante ligero. Recuerdo cómo compartía con mi tía las novelas de Agatha Christie, aquellas de papel de pulpa de la Editorial Molino, ¿se acuerdan? Ni mi tía ni esas novelas me acompañan este agosto, pero queda la memoria, tan grata. Era el mes cinematográfico, también, donde me daba una panzada de ir al cine. Ya no.

De lo bueno del verano, las noticias, las mejores del año. Los periódicos venían finitos, con pocas hojas, porque en agosto nadie pegaba sello. Entonces surgían las mejores noticias, las más interesantes. A falta de actividad política destacable, hay que buscar algo que llame la atención para llenar las páginas de los periódicos. Lo que sea. No faltaban peces peligrosísimos en las playas, como mantas, tiburones, merluzas o qué sé yo. ¡Medusas! Adoro el titular que nos explicaba que en una playa de Alicante surgió un jabalí de las aguas y fue a darle un muerdo a una señora de Cuenca, tal cual. El cocodrilo del Pisuerga fue noticia de un junio pasado, pero también entra en esta categoría maravillosa que son las noticias del verano. Ese fulano de no sé qué pueblo que batió el récord mundial de comer sandías, o ese otro que batió la marca de escupir un hueso de aceituna. Sé que en la redacción no estarán de acuerdo conmigo, pero ahí lo dejo: las noticias del verano son las mejores noticias de todo el año. No hay nada comparable ni más refrescante.

Pues parece que este año se han confabulado los astros y la mala gente para fastidiarnos las noticias del verano. Estos días, el disloque y el pandemonio de la política nos ha arruinado la diversión y nos ofrece un triste espectáculo. Prefiero con mucho mis jabalíes, mis cocodrilos o el concurso de escupir huesos de aceituna a esta mala comedia, de verdad.