El 31 de agosto de 1974, dos comandantes y diez capitanes se reunieron en un piso de la Barceloneta y fundaron la Unión Militar Democrática (UMD). Conocidos como los húmedos, aprobaron su objetivo: “Conseguir una democracia equivalente a la de los países de nuestro entorno”. Y su propósito: “Proponer cambios y reformas en el Ejército para homologarlo con los de esos países”. Era el mismo año de la Revolución de los Claveles en Portugal, liderada por jóvenes oficiales demócratas. Se cumple ahora medio siglo de aquella última revolución democrática y romántica de Europa y de aquel encuentro en la Barceloneta.
“Nacía por la necesidad que sentían los jóvenes oficiales de establecer un enlace espiritual entre los que poseían los mismos valores democráticos”, recuerda Julián Delgado, quien años después sería el jefe de la Guardia Urbana de Barcelona. Y evoca que la UMD fue posible “por la influencia del espíritu liberal y progresista de la capital catalana de entonces, que penetró en nosotros a través de vinculaciones sociales, culturales, y de la Universidad”. La mayoría de los reunidos habían cursado distintas carreras en la UB y se impregnaron de las mismas inquietudes del movimiento democrático universitario.
Los hechos de Portugal y la UMD cambiaron radicalmente la percepción de los militares que había en los ambientes progresistas. De ser considerados represores, se convirtieron en posibles de liberadores del franquismo y de la última dictadura del sur de Europa. Desde la clandestinidad, contactaron con los medios de comunicación, con políticos de la oposición, escribieron libros y lograron que el rey Juan Carlos de Borbón dijese a José María Areilza, ministro de Asuntos Exteriores: “Hay más UMD de lo que te supones”. No le preocupaban, tenía contactos y sabía que eran demócratas. Además, mantenían la tradición de los militares ilustrados y humanistas que escribían libros. Habían leído el Discurso sobre las armas y las letras de Don Quijote, quien opinaba que dominar las armas y las letras era un ideal de vida.
Pero en 1975, nueve de ellos fueron detenidos, juzgados, condenados, encarcelados y expulsados del Ejército. La amnistía liberó a los terroristas de ETA, pero no a los militares demócratas. Los demás sospechosos fueron relegados y vieron truncadas su carreras y sus ascensos. Nadie les financió: “Lo hicimos con el riesgo de perder la carrera y la libertad, impulsados por un imperativo ético, que dio fuerza a nuestro voluntarismo”, escribe Delgado.
Fueron un rayo de esperanza porque se sumaron a la oposición democrática, la mayoría social, y denunciaban el régimen dictatorial. Empezaron doce en la Barceloneta y acabaron siendo más de doscientos en España. Sólo dos hicieron carrera política. La mitad de los fundadores ha fallecido. “Se ahorraron la decepción de ver fracasar el régimen del 78… De ver un país en manos de demagogos, polarizado en extremo, rota la convivencia lograda en la Transición”, opina el autor de indispensables libros sobre la transición del Ejército y la Policía en Barcelona. Medio siglo después, ninguna placa recuerda aquella reunión en aquel piso ni en aquella calle de la Barceloneta.