El origen de la leyenda del rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda se pierde en la noche de los tiempos, que suele decirse, pero vio la luz en los poemas de Jean Bodel, en el siglo XII, bajo el título de «Chanson des Saisnes» o «Cancionero sajón». A partir de entonces, se fueron sumando más y más relatos a la historia mítica de la Gran Bretaña, algunos de origen celta y algunos de nueva creación. Bodel llamó a este corpus literario «Materia de Bretaña». Aparte del mito artúrico, se narran otras historias legendarias: las de Bruto de Troya, quien fuera nieto de Eneas y primer rey de Bretaña; las del viejo rey Coel, que se supone que reinó en la frontera entre Inglaterra y Escocia entre los siglos IV y V dC; las del rey Lear, que supo aprovechar Shakespeare; o las de Gogmagog, un gigante galés.

Seguro que conocen al menos en parte el mito artúrico gracias a la literatura, el cine y la televisión. El yunque, la espada Excalibur, el mago Merlín, Camelot, Morgana, Ginebra, Lanzarote o Parsifal son de sobras conocidos. A este último, Wagner le dedicó una ópera y todo. A decir de algunos eruditos, Parsifal se vino a Montserrat, aquí mismo, con el Santo Grial y se supone que por ahí andan ambos todavía. Todo el mito viene trufado de ideales cristianos y caballerescos y se cantó y recitó hasta la extenuación durante toda la Edad Media y hasta la Edad Moderna. Alonso Quijano, antes de ser don Quijote, se entretenía a menudo con las aventuras de Arturo y sus galantes caballeros. 

Por eso, un relato en detalle del mito artúrico puede ser algo denso, pero no se preocupen, que todo se resume en pocas líneas. Cuando todo va bien, Camelot. Fiesta y jolgorio. Cuando la cosa se tuerce, el rey Arturo reúne a sus caballeros y los envía a recorrer el mundo en busca de un artefacto mágico que resolverá todos sus problemas en vez de quedarse a trabajar en casa para ponerles remedio. El resultado es lógico y previsible: la ruina de Camelot y de los ideales artúricos.

Es que no hemos aprendido nada.

De mitos artúricos sabemos un rato largo, porque los hemos vivido. El populismo que nos invade, a izquierda y derecha, es un mito artúrico adaptado a las necesidades de cada uno. Nos ponen delante un Santo Grial y nos lo tragamos todo. Un cobarde que huye de sus responsabilidades lo convertimos en un héroe porque va detrás del Santo Grial, por poner un ejemplo de sobras conocido. Corren tiempos nefastos para la política cuando nuestros líderes patrios y nuestros bienamados y excelsos munícipes no hacen más que hablarnos de un Santo Grial mientras tienen la casa sin barrer.

Que tenga que recordarles a estas alturas, lectores míos, damas y caballeros, que los artefactos milagrosos no existen es de juzgado de guardia. ¿Nos puede tocar la lotería? Poder, puede, pero es muy poco probable. No toca dos veces seguidas casi nunca. A Barcelona le tocó la lotería cuando nos cayeron encima los Juegos Olímpicos de 1992. Pero nos ocurrió como a esos tipos a los que un premio gordo de la Primitiva deja alelados y pronto arruinados, porque se descolocan y no saben qué hacer con la suerte que han tenido. Fíjense que, desde que se apagó la antorcha de los Juegos Olímpicos, Barcelona ha perseguido un Santo Grial detrás de otro, sin demasiado éxito, todavía alucinada. Tenemos síndrome de abstinencia de artefactos milagrosos desde hace ya treinta y dos años, que no son pocos años.

Ahora que muchos han vuelto o vuelven de vacaciones, sería el momento de apartar tantos santos griales que nos ponen cada día delante de las narices para que no veamos más allá de ellas. Apartarlos y descubrir qué esconden detrás. Quizá sería hora de ponerse en serio con el problema de la vivienda, pero ponerse en serio de verdad, sin paripés, con hechos demostrables y visibles, ahora que parece haber cierta sintonía a ambos lados de la plaza de Sant Jaume. Luego, el trabajo de cada día, esa zapa silenciosa que poco a poco mejora nuestras vidas. No estaría de más un buen baldeo de la ciudad, recuperar la pareja de urbanos que pasea por el barrio para que la gente se sienta más segura, arreglar el pavimento, cosas así, ya me entienden.

Los santos griales están bien para los cuentos. Para la ciudad, a Dios rogando y con el mazo dando, señores munícipes, que hay mucho por hacer.