Me entero leyendo El Nacional de que chapa la delegación de la Casa de la República en el Raval barcelonés porque parece que no hay pasta para sufragar el alquiler. Normal, si tenemos en cuenta que la delegación local de Waterloo se abrió cuando había tres euro sueldos para los principales representantes de Junts en las altas instancias comunitarias, Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí, cosa que ahora no sucede: los escaños de Puchi y la yaya regañona han pasado a mejor vida y el de Comín ha sido temporalmente requisado por Roberta Matsolo, hasta que el TJUE decida si hay que devolvérselo o, como pretende España, que se lo soplen definitivamente por no haber jurado o prometido la constitución en Madrid (da cierta penita ver a Don Chaquetas observando desde la zona de la prensa su querido escaño vacío).

Nadie sabe muy bien para qué servía la oficina de los de Puchi en Barcelona, como no fuese para marcar paquete independentista (también es verdad que la casa madre en Waterloo es de una utilidad dudosa, y que, si siguen pintando bastos, igual también hay que abandonarla y sustituirla por un pisurrio en algún barrio barato de Bruselas, convenientemente trufado de yihadistas). Era un chiringuito más al servicio de la supuesta grandeur del Hombre del Maletero en el que no se sabía muy bien qué se hacía, si es que se hacía algo. Sus principales representantes practicaban el absentismo laboral de manera recalcitrante, más que nada porque si aparecían por Barcelona igual los detenían. Que yo sepa, no había ni un triste holograma de Cocomocho que diera la bienvenida a los visitantes (si es que los había), con lo que la cosa tenía más de instalación conceptual que de lo que viene siendo una oficina política.

Al frente del chamizo estaba Aleix Sarri (Barcelona, 1985), al que no hará falta recolocar porque lleva tiempo deambulando por el parlamento europeo, donde fue asesor de Ramon Tremosa antes de organizar el cada día más menguante equipo de Junts (y previamente había asesorado en la proyección europea de Cataluña al inolvidable Quim Torra, aunque no me consta que pusiera en marcha ninguna campaña de proyección internacional de la ratafía). Tal como está el patio, el cierre del chiringo barcelonés de Puchi y sus amigos suena a falta de liquidez en el mundo de Junts. Una falta de liquidez que, lógicamente, debería conducir a ese cambio de residencia de la Casa de la Republica que les comentaba hace unas líneas. Nadie sabe cómo se paga el alquiler de la mansión de Waterloo, pero todos nos tememos estarlo apoquinando de nuestro propio bolsillo. Si es así, quiero creer que, con Salvador Illa al mando, se va a secar el fondo de reptiles y dejará de llegar dinero a Flandes (¡Waterloo nos roba!), con lo que el tren de vida del presidente más legítimo del mundo y sus amigos se va a resentir (aunque siempre se puede poner a tocar en la calle, con una barretina delante para las limosnas, a Comín y Puig, el uno con un Casiotone y el otro con la gralla).

Como se pudo comprobar con las desangeladas manifestaciones de ayer para celebrar la Diada, pintan bastos para el procesismo. La realidad se va imponiendo y, de momento, la Casita de la República dejará su espacio a un bar o una tienda, esos dos pilares del mundo real. Quedo a la espera de un tuit de Puigdemont quejándose de la gentrificación salvaje que le ha obligado a abandonar esa embajadita en casa en la que nunca puso los pies. Ya solo le falta que le soplen a la parienta (ya tardamos, señor Illa) ese programa de televisión en inglés por el que cobra 6000 euros al mes, aunque no lo vea nadie, para que su santa indignación y su divina impaciencia alcancen la temperatura de ebullición. Al tiempo.