Almaceno grandes recuerdos del festival de cine fantástico de Sitges, al que he acudido como espectador, periodista y hasta miembro del jurado (el año de Reservoir dogs). En su momento, compartí copas y conversaciones con sus diferentes directores: Joan Lluís Goas, Xavier Catafal, Alex Gorina... No recuerdo haber atisbado jamás la menor muestra de machismo, homofobia o transfobia en la organización del festival. Aquello era, simplemente, un adorable cónclave de frikis al que acudía, principalmente, gente de Barcelona, pero también del resto de España, de Europa y del mundo. Una audiencia unida por su amor al cine de terror y de ciencia ficción que disfrutaba de sus particulares manías audiovisuales sin molestar a nadie.
Cubrir el festival para la prensa era, según lo recuerdo, un chollo y lo más parecido a una semana de vacaciones a principios de octubre. Mi trabajo, no especialmente agotador, consistía en entrevistar cada día a un actor (o actriz) o director/a para el diario El País, mientras mi amigo Mirito Torreiro se ocupaba de la parte crítica del asunto. Te instalaban en un hotel estupendo, comías de maravilla, te inflabas a copas (en esa época, uno tenía cierta tendencia a beber como una esponja) y hasta te quedaba tiempo para ir a la playa.
El festival de Sitges era lo más parecido a un entorno seguro para los devotos del fantástico, que podíamos dar rienda suelta a nuestra insania sin tener que soportar a nadie que nos mirara por encima del hombro: o sea, un evento para el disfrute de una minoría habitualmente observada con cierta conmiseración por esta sociedad hostil que nos vemos obligados a padecer.
Pero ahora me entero de que mi querido festival (que no visito desde hace años, ¡y bien que lo echo de menos!) es un ente machirulo y renuente a incluir en su programación a cineastas del sexo femenino y no binarios. He vivido esta epifanía gracias a la periodista Mariona Borrull Zapata (Calella, 1996), quien se define laboralmente como crítique de cine y se acaba de dar de baja del jurado de la sección Brigadoon (donde empezó el actual director del certamen, Ángel Sala), subsección Paul Naschy, porque, según ella, entre los responsables de los cortometrajes que optan a premio no hay ni mujeres ni personas no binarias.
Conozco personalmente al señor Sala y nunca he detectado en él el más mínimo asomo de machismo, homofobia o transfobia. Ángel siempre me ha parecido un friki más que, paso a paso, ha llegado a la dirección del festival, que ocupa ya desde hace unos años. Con lo que las quejas de la señora Borrull, a la que no tengo el gusto de conocer, aunque respeto su no binarismo y su condición de pionera del uso de los pronombres neutros en el periodismo patrio, se me antojan ligeramente fuera de lugar.
La organización del festival se ha defendido de sus acusaciones asegurando que nunca se ha interesado por las preferencias sexuales de los cineastas que presentan sus obras en Sitges, y me consta que así es. Sobreactuar desde una perspectiva queer, como parece ser el caso de la señora Borrull, me parece, con perdón, que es mear fuera de tiesto. Por no hablar de un posible intento de darse a conocer a base de liarla parda por cuestiones de género en un entorno que nunca se ha prestado mucho para ello.
Al festival siempre han acudido en alegre convivencia hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, unidos por una afición común. Y aunque hace años que no lo visito (durante los cuales los fenómenos trans y no binarios han alcanzado una relevancia antes inédita), estoy seguro de que trans y no binarios deben encontrar el mismo ambiente alternativamente acogedor de toda la vida.
El comunicado de la organización apunta varios datos que desmienten las acusaciones de la crítique de cine Mariona Borrull, pero, ¿cuánta gente se lo va a leer? Es como lo de las rectificaciones de los diarios. Primero te cargan el muerto en primera página y luego lo desmienten en un breve del interior. Los excesos cancelatorios del movimiento trans y el no binarismo los sufrimos a diario en distintos ámbitos sociales. Yo creía, iluso de mí, que no llegarían hasta mi querido festival de Sitges, pero me equivocaba. Como de costumbre.