Dice la derecha que se ha suprimido la misa de la Mercè. ¡Vaya mentira! Habrá misa en la basílica barcelonesa dedicada a esa virginidad y podrá ir todo el que quiera. Lo que ocurre es que no será obligatorio que asista el consistorio. La versión difundida por el trío de la bencina que integran las derechas barcelonesas (Junts, Vox y PP) forma parte de ese juego en el que la primera providencia es declararse dueños del lenguaje. Lo que se ha suprimido es la misa como acto específico del Ayuntamiento de Barcelona. Todos los templos que deseen celebrar una misa ese día podrán hacerlo. Como si quieren oficiar cincuenta. Irá quien quiera, sin más impedimento que su disponibilidad de tiempo. Lo que las derechas llaman imposición es un ejercicio de libertad bien entendido: el que quiere va y el que no quiere no va.

Las derechas se han descubierto, de repente, muy liberales. Más aún, libertarias, según una perversión lingüística bendecida por el ultraliberalismo. “Libertario” remitía antes a la tendencia ideológica cercana a la acracia. Luego, el filósofo estadounidense Robert Nozick utilizó la expresión inglesa “libertarian” (traducida unas veces por “libertario” y otras por “anarcocapitalista”) para referirse a los partidarios de reducir al mínimo el papel del Estado, respetando al máximo la propiedad privada. Algunos cuestionan incluso la capacidad moral del Estado de recaudar impuestos, ya que sería en realidad, un expolio del beneficio obtenido con el propio trabajo.

Esta noción manipulada de libertad ha sido explotada por las derechas. Durante la pandemia, Isabel Díaz Ayuso defendía la no regulación en nombre del derecho a la libertad de tomarse unas cañas, pasando por alto que ese derecho, además de chocar con la obligación de no extender el virus, quedaba limitado a quien tuviera la pasta para pagarlas. En el caso de las cañas, una minucia; pero si se habla de sanidad o de vivienda, la cosa cambia, aunque su receta sigue siendo la misma: libertad para el que tenga dinero: los demás, ajo y agua.

Ahora dicen que las izquierdas vulneran la libertad de los católicos si el alcalde, representante de todos los ciudadanos (ateos incluidos) respeta el criterio constitucional que consagra la separación entre las iglesias y el Estado y sólo va a misa como ciudadano privado, si quiere. Es decir, la libertad que defienden es, en realidad, la obligación de los miembros del consistorio de ir a los actos de una parte de la población, ya ni siquiera mayoritaria. Y hay suerte, Junts, PP y Vox se conforman con obligar a los concejales y al alcalde; hace unos años, sus antecesores ideológicos forzaban a toda la población. Algunos colegios daban a los alumnos una cartilla con casillas que debían ser selladas por el templo al que hubieran asistido. La libertad era eso: imponer a los demás las ideas y comportamientos propios. Lo sigue siendo: en nombre de la libertad de expresión (es un suponer) Díaz Ayuso dice que iría a la Moncloa a hablar con Pedro Sánchez si los temas los impone ella y no el “aprendiz de dictador”.

Daniel Sirera (PP) habla del “fanatismo” del consistorio y Jordi Martí (Junts) de un ataque a las tradiciones. Más perversiones del lenguaje. Fanático es aquel que cree cosas sin base racional. Un ejemplo, que una mujer puede parir y seguir siendo virgen. Y lo de ir a misa no es una tradición, sólo lo hacían los creyentes. Los demás iban a la fuerza.

Una aclaración para quienes defienden que la misa forma parte de la fiesta: de fiesta, nada. La misa es un sacrificio; reproduce la muerte de Jesús de Nazareth. Como tampoco es una fiesta una corrida. Al menos, para el toro.

Ha coincidido la polémica con la celebración del milenario del Monasterio de Montserrat y la represión por parte de los Mossos de una protesta de las víctimas de agresiones sexuales en ese monasterio. Seguro que ha habido monjes ejemplares; otros, en cambio, han sido delincuentes. De hecho, los requetés (antecesores directos de Junts) tienen un tercio llamado Nuestra Señora de Montserrat que colaboró vivamente con el franquismo. Mosén Josep Bachs, buen tipo en lo personal, fue su capellán. Está enterrado en la que fuera su parroquia: Santa Tecla. Siendo rector, canceló la suscripción que las juventudes parroquiales habían hecho a Triunfo y Tele/eXpres y las suscribió a la revistas Fuerza Nueva y Qué pasa y al diario Solidaridad Nacional.

Claro que el apoyo del Tercio a la dictadura se hizo en nombre de Dios y de su madre, y eso es un punto para cuando llegue la eternidad. Mientras tanto, y por si tras la muerte no hubiera nada, el monasterio recibe un premio del Gobierno catalán y el Parlament. Amén.