Barcelona está viviendo las fiestas de la Mercè. Habrá que hacer balance de una fiesta que lleva a la calle a millares de personas y que tienen su colofón en el piromusical de la noche del día 24. El piromusical siempre es lo más, lo haga Rosalía o cualquier otro artista, porque es el colofón de luz y de color en la ladera de Montjuïc. Desde allí se puede ver, pero también desde la ladera del Tibidabo, a los pies del Funicular. No hay tanta gente y la perspectiva es brutal. El año pasado los vi muy bien acompañado desde uno de los bares que se agolpan en lo que era el final del recorrido del Tramvia Blau.

Aprovecho para reivindicar su vuelta postergada continuamente desde hace más de seis años. Lo más curioso es que en la web de Transports Metropolitans se dice “temporalmente fuera de servicio”. No deja de tener razón esta fórmula pero sobre todo es una tomadura de pelo. Una guasa eso de “temporalmente”. Espero que el alcalde Collboni recupere una parte de la historia de Barcelona poniendo en marcha el Tramvia que conecta la ciudad con la montaña. No desesperen, solo hay que insistir y ser una mosca cojonera.

El miércoles será el momento de analizar el desarrollo de las fiestas en materia de seguridad. Me consta que el regidor Albert Batlle ha puesto toda la carne en el asador, como siempre por otra parte, y ha movilizado a la guardia urbana y se ha coordinado con los Mossos. Veremos el resultado, y esperemos que nos hagan olvidar situaciones penosas de otros años pero la Mercè es la Mercè y es una fiesta de la calle donde el alcohol corre a raudales.

De momento, hay un cambio de percepción por parte de las instituciones. Ayuntamiento, consejería y el mismo Congreso de los Diputados han movido pieza para poner coto a las peleas, al aumento de las armas blancas y la gran lacra de la multireincidencia. Solo falta en esta ecuación que el ministro Bolaños se apunte al carro como ministro de Justicia. Además de comer con Junts y con el PNV y ser la mayonesa de todas las salsas -que en muchas, demasiadas, ocasiones se ha cortado porque sus fiascos son sonoros- el ministro podría ejercer de ministro de Justicia y llevar al Congreso una reforma del Código Penal que permita a los jueces ser más rápidos y resolutivos con este personal que entra por una puerta y sale por otra. No estaría demás que pusiera los recursos necesarios para que los juicios fueran realmente rápidos y no se dilataran en el tiempo.

Los alcaldes están asumiendo esta situación en primera persona presentando al ayuntamiento como acusación particular, facilitando defensa gratuita a las víctimas y haciendo posible que la policía pueda acceder al historial delictivo de los delincuentes. Lo chungo de esto es que la policía no pudiera acceder a estos datos. Sinceramente se hace inconcebible.

Pero volviendo al ministro Bolaños. O se presenta en el Congreso una reforma del Código Penal que haga más efectiva la actuación judicial y se busca el consenso parlamentario -vaya por donde las relaciones con las Cortes también son competencia del ministro Bolaños- o estaremos condenados a aplicar iniciativas que no son más que parches.

Se necesita audacia y valentía para llevarlos adelante porque es una necesidad en las grandes ciudades y en las aglomeraciones turísticas, incluidos los aeropuertos. Audacia y valentía que se requiere del ministro de Justicia que además de dedicarse a la política no puede olvidar sus responsabilidades. Junts presentó una propuesta en el parlamento y Bolaños debe aplicarse el cuento y conjugar ese gran verbo: trabajar. Y, sobre todo, pensar en los ciudadanos y en su seguridad, porque por si el ministro no lo sabe la seguridad no es de derechas.