Los tiempos derivaron, desde hace unos años, hacia una extraña e improductiva polarización: los míos frente a los otros. La política como defensa de una idea indentitaria. Con ‘esos otros’ no es necesario establecer un contacto permanente. Ya sabemos quiénes son y sabemos que tampoco los vamos a convencer. Por tanto, es mejor tener el menor contacto posible. Nosotros a lo nuestro y a mimar a los que nos apoyan. ¿Intentar captar más electores? No, si el precio es el de dejar de lado nuestros principios.
Todo esto ha sucedido en Barcelona en los últimos ocho años, con el mandato de Ada Colau, al frente de los comunes. Pero no sólo ha pasado en la capital catalana. La política tomó hace unos años, desde la crisis económica de 2008, unos derroteros peligrosos para el propio sistema democrático. Si no hay un denominador común, un espacio compartido, un ‘despacho’ donde todo el mundo pueda entrar y salir, será difícil avanzar.
No hay ya partidos políticos ni proyectos concretos que obtengan mayorías sociales amplias. Es preferible, entonces, escuchar posicionamientos distintos, desde la asunción de que hay intereses contrapuestos. ¡Claro! Precisamente el sistema democrático está pensando para eso, para encontrar espacios entre intereses particulares, todos ellos legítimos.
La sorpresa llega cuando los propios dirigentes políticos destacan que las cosas están cambiando en administraciones como el Ayuntamiento de Barcelona. El alcalde Jaume Collboni tiene el despacho abierto. Pasan por él personalidades distintas que quieren dar a conocer un proyecto determinado o que desean escuchar lo que defiende el primer edil para el futuro inmediato de la ciudad.
Han pasado por el despacho de Collboni dirigentes sociales importantes de Barcelona, como el presidente del Círculo de Economía, Jaume Guardiola, o el secretario general de CCOO de Catalunya, Javier Pacheco, por poner dos ejemplos de distinto signo. ¡Vaya novedad!, podríamos decir. Y la respuesta es que sí: es algo nuevo.
Resulta que no habían pasado por el Ayuntamiento en los últimos años. No había interlocución. No se deseaba. ¿Para qué? Si la política se entiende como un combate, donde preside la desconfianza, la entrevista con alguien que no es de la cuerda se percibe como un peligro. Primero, ¿qué querrá? Segundo: igual los míos me critican porque entienden que puedo tramar algo con el adversario o con el enemigo.
El despacho de un alcalde debe estar abierto a todo aquel que en la ciudad tiene un proyecto y una responsabilidad. La ciudad se debe construir entre todos, aunque se defienda –faltaría más—un determinado proyecto. Por eso, más allá del color político, el mandato de Collboni ha comenzado con buen pie.
Otra cosa es que todos esos contactos, todas las buenas intenciones, acaben en la parálisis, porque no se quiere herir a nadie. La política desde las instituciones pasa por la toma de decisiones, gusten más o menos a una minoría-mayoritaria. Porque después de escuchar, de tener abierto el despacho, hay que dirigir. Collboni está en ese momento. Ya ha comenzado a tomar decisiones, como la de poner fin a los pisos turísticos. Queda mucho camino. En todo caso, ese despacho debe seguir abierto, a diferencia de lo sucedido en los dos últimos mandatos.