Si uno tiene cuatro palotes puede organizarlos de forma que parezcan las cuatro barras o que formen un cuadrado o un rombo. Seguirá habiendo cuatro palotes, pero la función y el significado de cada uno de ellos será diferente en cada caso. Es uno de los pocos descubrimientos que perviven de lo que en los años sesenta se llamó el movimiento estructuralista. Se puede optar por un dibujo u otro; lo malo es no tener ninguno. Y eso es lo que parece ocurrir en la Barcelona de los últimos años. Se diría que los diversos gobiernos municipales han ido actuando a ritmo de “a ver qué pasa” sin un proyecto global definido. Tal vez debido a que todos han sido minoritarios, sin capacidad para sacar adelante un plan propio y menos aún pactado. Ya se sabe que lo de los pactos se estila poco o nada.
En toda ciudad conviven los edificios residenciales, los comerciales, las oficinas, los talleres, las calles, las zonas verdes y las plazas de aparcamiento, en una organización urbanística que, teóricamente, responde a un plan. A nadie se le ocurriría poner todos los jardines en un lado y los edificios residenciales en otro y si se sitúan las industrias en polígonos industriales es por razones perfectamente comprensibles.
Por los mismos motivos, en el caso de Barcelona, convertir una calle como Consell de Cent en eje verde es muy interesante desde una perspectiva local, pero ¿responde a un proyecto de ciudad? ¿es exportable a otros barrios? Incluso dentro del propio Eixample: ¿equilibra o desequilibra el conjunto? Y si se quiere hacer una pregunta más perversa: ¿cómo sería el todo final en el que esa modificación se inscribe?
Sentencias judiciales al margen (sin que la chapuza de los servicios jurídicos municipales pueda considerarse una cuestión marginal), lo cierto es que cada decisión parcial altera la función de las otras partes. Reducir hasta casi la nada el tráfico en Consell de Cent supone recargar València. Cabe pensar que los responsables del urbanismo barcelonés que tomaron la decisión se dieron cuenta de que, eliminando el tráfico en Consell de Cent, solo quedaban Valencia y Gran Via como vías sin interrupciones que cruzaran la ciudad en dirección hacia el norte; Roselló se ve cortada por el Clínic y se rompe al cruzar la Diagonal; todas las demás (Diputació, Aragó, Mallorca, Provença) van de norte a sur.
Pasa algo similar con las restricciones en Via Laietana. Cierto que ya no es la vía principal de acceso al puerto para vehículos pesados pero, sin contar la Rambla, es la única que cruza la Barcelona antigua. Las alternativas son la zona de Arc de Triomf, por el norte, o el Paral.lel, por la zona opuesta. Muy distantes entre sí.
Los resultados de las elecciones no facilitan la elaboración de un nuevo plan general metropolitano que reordene los diversos espacios de la ciudad desde una perspectiva global y pactada. Pero Barcelona necesita un rediseño, una redistribución de espacios que se ajuste a las necesidades del presente.
En estos momentos no hay apenas zonas sin conflicto o, si se prefiere, sin peticiones no atendidas. No cabe atribuirlo a una mala voluntad generalizada entre los políticos, pero algo falla cuando nada lleva a un diálogo que acerque las posturas.
Pasa ahora lo mismo con un asunto relativamente menor (porque afecta a un único año): el presupuesto municipal, que parece condenado al mismo fracaso que sus hermanos mayores (el autonómico y el del gobierno central). Si no se consigue acuerdo en lo menor, ¿cómo se va a coincidir en el asunto mayor de la planificación general de Barcelona, en el modelo de ciudad? Y sin embargo, algún día habrá que alcanzar un pacto. Salvo que se quiera una ciudad collage. Después de todo, Vázquez Montalbán decía que es el arte de nuestro tiempo.
Parodiando a los Luthiers, se podría pensar que los diversos consistorios se han visto muy perseguidos por la inteligencia, pero han corrido tanto que han logrado que no les atrapara. Y seguramente no es así. Cada uno ha hecho lo que ha podido, que ha sido más bien poco y, sobre todo, parcial. El resultado es un parche tras otro. Una ciudad pastiche en la que todo el mundo va a lo suyo. Siendo así, ¿cómo extrañarse de que los autocares turísticos quieran incluso aparcar dentro de la Sagrada Familia? Para la visita, es el sitio más cercano.