Afirmación atrevida. Tal vez. Pero puede que sea una obviedad. El futuro de Barcelona depende de España. De una forma de entender España, si el conjunto del país es capaz de mantener su cohesión interna. Barcelona, como segunda capital del Estado, es también la capital de Catalunya, pero lo que suceda en los próximos años estará sujeto a la suerte del conjunto de ciudadanos españoles. Si España mantiene una cierta cohesión, a Barcelona le irá bien.
¿Por qué? El foro Barcelona Desperta!, organizado por Crónica Global, Metrópoli y el Español, que se celebró la pasada semana, ha constato el deseo de empresas, directivos, expertos y profesionales de iniciar una nueva etapa, basada en la previsibilidad, en la seguridad jurídica, en la confianza y en la estabilidad política. Los mandatos de Salvador Illa, al frente de la Generalitat, y de Jaume Collboni, como alcalde de Barcelona, apuntan en esa dirección.
Hay un deseo concreto, además, por parte de las autoridades catalanas, en el Ayuntamiento de Barcelona y en la Generalitat, de contar con las grandes empresas españolas. El mensaje es claro: tanto Barcelona como Catalunya han vuelto. Quieren participar del proyecto colectivo que es España, y, por tanto, reclaman que el interés también vaya en la misma dirección desde Madrid.
Lo ha apuntado Jaume Collboni, Salvador Illa, y, de forma especial, Jordi Valls, el teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona. Valls pide que haya más presencia física de directivos y empresarios de las grandes compañías con sede en Madrid. Reclama que vean con sus propios ojos, y expresen sus opiniones sobre el terreno, y que asuman, sin hablar por terceras personas, que las cosas han comenzado a cambiar en Barcelona y en el conjunto de Catalunya.
Podría suceder, como apuntó Collboni en las jornadas de debate de Barcelona Desperta!, que ahora Barcelona y Catalunya pudieran molestar. Pudiera ocurrir que se ya se hubiera descontado de la ecuación esa parte de España. Por tanto, podría constituir una pereza enorme contar, otra vez, con ‘esos catalanes’, aunque sean los que más se opusieron al proyecto independentista en los últimos 12 años.
Porque, ¿qué se cuece realmente en el mundo del dinero en Madrid?, ¿Qué están ideando algunos gurús que auguran un proyecto de futuro en el que no hay espacio para Barcelona, o éste acabará siendo muy pequeño?
Lo explica el arquitecto Fernando Caballero en su libro Madrid DF (Arpa). El título es explícito. En un mundo en el que mandarán las grandes ciudades –ya lo hacen—en detrimento de la nación, sólo cabe ganar dimensión. Si Madrid alcanza los diez millones de habitantes, como reclama Caballero, con una enorme mancha urbana que sea la gran atracción económica y social de lo latino, el futuro está asegurado.
Caballero rompe moldes, porque viene a decir que la nación española ha quedado superada. No es el suyo un discurso nacionalista. Lo que defiende es una macro-ciudad competitiva, que ofrece oportunidades, que irradia prosperidad. ¿El resto del país? Ya se adaptará, viene a decir el arquitecto. De hecho, cree que se beneficiará de ese gran motor en el centro de la península.
¿Paradoja? A Barcelona, y a toda su área metropolitana, lo que le interesa es que la nación española sea tomada en serio. Y que el conjunto del país vea y entienda que hay otros modelos. Que España, con distintos centros, puede ser competitiva, vivible, como lo es Alemania, o Suiza, o, incluso, la misma Francia, con ciudades que se han sacudido la presión de París, como Tolouse o Lyon.
Sí, el futuro de Barcelona, --y por tanto de Catalunya, que no se engañen los nacionalistas catalanes—está ligado a España, a una concepción nacional española, que, desde su pluralidad, apueste por ella misma y no por una mega ciudad que busque, únicamente, su lugar en el mundo, a modo de Liga Champions de las grandes ciudades del globo.