El mundo empresarial catalán ha vivido entregado al pujolismo desde de la recuperación de la democracia: europeísta, bussiness friendly, catalanista y con buena mano para negociar con Madrid y atraer inversiones industriales extranjeras. Lo reunía todo.

Cuando el nacionalismo tomó tanta fuerza en la propuesta convergente que terminó por anteponer sus intereses ideológicos y políticos a los del país, esa misma burguesía guardó un silencio cómplice no exento de ciertas dosis de cobardía. El asombro ganó enteros tras comprobar que la fuerza política que gobernó el país durante casi tres decenios transformó la gestión en un programa de enfrentamientos con la Administración central -el Estado- y la Unión Europea, que asistía atónita al espectáculo.

Más allá de las contadas adhesiones de algunos fanáticos, que también los hay en el mundo de los negocios, la decepción empezó a dominar el panorama cuando las reyertas entre partidos independentistas dejaron a Cataluña al pairo y mostraron a las claras que tras los desafíos y los riesgos asumidos no había más que un relato sin proyecto de país más allá de la quimérica construcción de Cataluña de la que había hablado un líder que derivó en defraudador fiscal. Escasa capacidad de gestión y mucho interés en reforzar los sentimientos identitarios; eso era todo.

Al final, la esencia independentista del procés ha quedado en manos de un político caprichoso, desconectado e imprevisible que solo tiene oídos para los consejos de su abogado penalista.

El abandono de los electores decepcionados por tantas mentiras ha permitido un cambio de Govern, una nueva mayoría que ha devuelto cierta esperanza a los empresarios, incluso a los que no hace mucho acudían a Waterloo a rendir pleitesía al comandante en jefe.

Ese era el ambiente que se respiraba la semana pasada en las jornadas de Barcelona Desperta! que organizó este medio junto a Crónica Global y El Español, donde los emprendedores catalanes se soltaron el pelo por primera vez en mucho tiempo para reclamar en libertad una gestión de gobierno que ayude a la economía en lugar de lastrarla y que tome decisiones.

 

[Estoy seguro de que la atmósfera que se impuso en el Palau Macaya de Barcelona entre el miércoles y el viernes pasados enorgulleció a quienes han estado con la Constitución y la legalidad desde el primer momento de los delirios procesistas; a los que han trabajado para ello y, además, lo han dicho alto y claro, pese al riesgo que suponía para sus intereses personales y patrimoniales. Felizmente, el voto de los catalanes ha permitido el reencuentro en la zona templada, donde muchos siempre estuvieron.]