En apenas unas pocas semanas, el Juan Sebastián Elcano, el buque escuela de la Marina y el portaaviones Rey Juan Carlos I habrán recalado en Barcelona. Hay quien pueda considerar que el motivo de su estadía sea la celebración de la final de la Copa América, que lo es, y que además es coincidente en el tiempo con la celebración del 12 de octubre, la Fiesta Nacional de España. Sin embargo, debiera sumársele otra razón: la recuperación de una tradición municipal y barcelonesa, de ciudad y de mar, en su vinculación a nuestra Armada.
Barcelona había entregado antaño, ya en democracia, la Bandera de Combate al buque insignia de nuestra Armada. Así fue con el alcalde Pasqual Maragall siendo la Reina Sofía, su madrina. Era el año 1984 cuando el Ayuntamiento entregó las suyas al portaaeronaves Dédalo y en 1989 al Príncipe de Asturias. No obstante, en el año 2013 y siendo primer edil Xavier Trias, se quebró esta tradición por la negativa del entonces alcalde. No fue nuestra ciudad, sino Cádiz, quien se la ofreció al BPE Juan Carlos I
El Elcano ha repetido escala, la anterior fue hace un par de años, tras una ausencia de casi dos décadas. No tengo dudas de que lo sucedido con este bergantín, embajador de España allende de nuestras fronteras y en mares, se repetirá con la estancia inmediata del Juan Carlos I. Así se volverán a agotar en horas las entradas para subir a bordo o se producirán largas colas de visitantes. No serán precisos anuncios publicitarios pagados con dinero público para conseguirlo. Bastará el boca a boca entre los barceloneses para que miles de ellos se agolpen para conocer tan insigne buque.
En su día, en 1992, el ayuntamiento rechazó mi pretensión para que el antecesor del Elcano, el buque escuela Galatea, entonces ya fuera de servicio, recalara de forma permanente como museo flotante en el Moll de la Fusta. Este muelle había sido recuperado precisamente con ocasión del día de las Fuerzas Armadas celebrado en Barcelona en 1981, iniciándose gracias a esta celebración militar la reconciliación y la reapertura de la ciudad con el mar y posibilitó que se recuperara este espacio público. Hasta aquel año había estado relegado del imaginario y disfrute ciudadano.
Por cierto, del Galatea, tras ser olvidado en una ignota dársena de Sevilla, resta en Barcelona el que fuera el camarote de su capitán en el museo marítimo de Atarazanas. Para nuestro sonrojo hoy aquella corbeta de tres palos, tras ser desahuciada y vendida en 1992, y ya rehabilitada, está atracada orgullosamente en el puerto escocés de Glasgow bautizado de nuevo con su primer nombre: Glenlee.
La presencia de la Armada debiera ser más intensa, también en el Salón Náutico. La respuesta entusiasta y masiva de los barceloneses es expresión inequívoca de lo que representan nuestras Fuerzas Armadas en nuestro marco constitucional como garantes de paz y de su vinculación con Barcelona.
En una sociedad madura y en un país democrático, no tiene lógica negar esta realidad. Cerrar hace unos años el museo militar de Montjuic cuando es un recinto único al efecto es otro despropósito municipal. Debiera procederse a su reapertura y sumarse a nuestras ofertas culturales como sucede en distintas ciudades europeas sin complejos de su historia y de su Ejército. También debiera reponerse aquella réplica de la Nao Santa María atracada frente el monumento a Colón y que fue destruida por una bomba de la organización terrorista Terra Lliure.
Mientras tanto, en el antiguo Gobierno Militar, una exposición nos recuerda algunas vinculaciones e implicaciones por ser militares y silenciadas. La academia de cirugía, medicina, y la de los ingenieros militares, matemáticas, promovidos siglos atrás en nuestra ciudad o el desarrollo urbanístico de las Ramblas o el arraigo de centurias del Regimiento Barcelona son algunos ejemplos.
La tradición y vocación de nuestras Fuerzas Armadas en y con Barcelona forman parte de nuestra historia. Algunos lo pretenden silenciar cuando no negar. Es nuestra obligación que no sea así y expresar nuestro orgullo de un pasado que es presente y que debe tener futuro en la Cataluña de hoy y en la España de siempre.