De tanto mirar velas y vientos en el Port de Barcelona y en las televisiones con motivo de la Copa América, la ciudad casi olvida que esta semana se registran dos hechos históricos de la navegación en el puerto. El primero tuvo lugar el 2 de octubre de 1864 y anteayer cumplió 160 años. El segundo fue el 5 de octubre de 1930 y mañana cumplirá 94 años. Aquel 2 de octubre de 1864 las crónicas anunciaron: “En presencia de las autoridades y de una multitud, fue botado en el puerto de Barcelona el submarino Ictineu, inventado por Narcís Monturiol”. Suerte que en la capital catalana se pueden ver desde monumentos hasta cristaleras dedicados a Monturiol y esparcidos desde Drassanes, hasta Diagonal, pasando por el Guinardó, la Ronda de Dalt y el cementerio de Poblenou.
La segunda gesta de la navegación fue la del 5 de octubre de 1930 y la protagonizó el profesor catalán exiliado Enric Blanco Alberich, quien llegó al puerto tras cruzar el Atlántico a bordo de su velero Evalú y acompañado de su mujer y su hija de siete años. Fueron recibidos como héroes tras 85 días de navegación desde Boston hasta Barcelona. De aquello quedan las crónicas entusiasmadas en la hemeroteca de La Vanguardia y el libro ‘Boston Barcelona’, que el escritor y profesor Sergi Dòria recuperó viejo y olvidado en el mercado de los Encants. Recopila los relatos de la travesía escritos por Blanco Alberich que en su día publicó el semanario La Rambla. Reeditado por Dòria en la editorial La Campana, es una historia fascinante y una perla de las crónicas de viajes.
La historia y la intrahistoria del Ictineu I y II de Monturiol son reconocidas en todo el mundo. Inventó aquellos navíos sin y con motor, nadie le subvencionó y se arruinó. Su primer modelo funcionaba a pedales de la tripulación y había fracasado. Ictineu es una palabra griega que significa pez-nave. Construido con madera de olivo y cobre, Monturiol se inspiró en su padre, que era botero. Al segundo le añadió motores, luces exteriores, ventanillas y otros avances tecnológicos. Los restos de ambos fueron a dar a desguaces y chatarrerías. Sólo cinco años después, Julio Verne publicó la primera parte de sus ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’. Luego los alemanes lo convirtieron en arma letal.
La historia del pequeño velero Evalú es más feliz. Barcelona le deparó un gran recibimiento con pancartas que decían “¡Bienvenido profesor Blanco!” De completamente desconocido, pasó a ser famoso. Por tierra y por mar, la gente se concentró en el puerto para recibir al Evalú. Una caravana de embarcaciones le acompañaron y su niña fue llevada a hombros por el gentío. Sus primeras fotos se publicaron en La Vanguardia y el Rey Alfonso XIII le envió un telegrama de felicitación por su proeza. Homenajeado en pueblos costeros del Maresme, invitado a impartir conferencias en prestigiosos centros científicos… Blanco no se adaptó a su ciudad natal y al año siguiente partió para dar la vuelta al mundo hasta regresar a Boston.
Ahora cabe esperar que, en algún evento de la Copa América, alguien recuerde dedicarles un brindis, al menos.