Hace ya algún tiempo, Barcelona se publicitaba como “ciudad de ferias y congresos”. Luego se produjeron los Juegos Olímpicos, la transformación de la ciudad y su conversión en aparcamiento para autocares turísticos y zona de atraque de cruceros y se llenó de gente que quería ver la Sagrada Família y el mal llamado Museo del Barça. Esto hace que, salvo acontecimientos multitudinarios como el Mobile, Alimentaria o el salón del automóvil, otras ferias pasen casi desapercibidas para el gran público. Si además, como ocurre con Liber, la celebración se produce en Barcelona (para ser justos, este vez en L’Hospitalet) un año sí y otro no, se comprende que la mayoría ni se entere, pese a que se trata de uno de los acontecimientos más vivificadores, tanto espiritual como materialmente. Para el espíritu, porque la lectura es un buen alimento; para la materia, porque la producción editorial es una industria que, hoy por hoy, aún resiste en esta Barcelona que parece entregarse en cuerpo y alma al evanescente sector turístico. Después de todo, no hace tanto que Barcelona era conocida por ser la capital de la edición en lengua castellana lo que, a efectos económicos, no es irrelevante.
Que el libro y Barcelona tienen una estrecha relación es más que evidente. Además de la celebración anual de Sant Jordi, ya más comercial que intelectual, estos mismos días la ciudad ha acogido, con bastante éxito de público, la Setmana del llibre en català. Y eso que este acontecimiento, cuando no es por un nabo es por una col o por la copa de América, cambia casi por norma de ubicación, lo que no deja de ser un factor que despista a los asistentes.
El salón Liber ha congregado a unos 7.000 profesionales del mundo de la edición. Es una cifra notable, sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de gente relacionada con la producción cultural. Vázquez Montalbán, medio en serio medio en broma, decía que escribir libros es un medio extraordinario para ligar. Conociendo o no el origen de la frase, Daniel Fernández, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España (nada casualmente catalán y cuya editorial, Edhasa, tiene sede en Barcelona) lanzó una novedosa propuesta: utilizar el libro como medio para el ligue, copiando en parte eso que dicen que ocurre en una cadena de supermercados, en los que la gente encuentra compañía poniendo determinados frutos en el carrito.
Liber no es, desde luego, la feria del libro más importante del mundo, ni siquiera del mundo en lengua castellana, donde se ha acabado por imponer la de Guadalajara (México), pero por su proximidad a la cita obligada que es la de Frankfurt, acaba convirtiéndose en paso casi obligado para los editores españoles y latinoamericanos y, últimamente, para algunos procedentes de otras partes del mundo. Porque hay mercados editoriales potentísimos que, por tradición, apenas han mantenido relación con Europa y España. Por ejemplo, China y, también, el que forman el conjunto de los países árabes, con tiradas que pondrían los dientes largos a muchos editores europeos.
Los editores son, desde luego, empresarios, pero son unos empresarios verdaderamente atípicos. Ningún fabricante de chorizos aborda la elaboración de un producto que se sabe de antemano que tendrá poca demanda. Los editores, sí. No sólo se arriesgan con libros dudosos de narrativa o de ensayo, también osan publicar poesía, género que, según dicen no pocos poetas, apenas es consumido por los colegas, los especialistas, los antólogos y una muy corta selección de personal. La excepción era Planeta. El entrañable José Manuel Lara, fundador del sello y del premio, explicaba que él no publicaba poesía porque se arruinaría: “Todos los escritores escriben poemas y todos creen que son los mejores del mundo. No podría decirles a unos que sí y a otros que no. Así que, ninguno”. Era sólo parcialmente cierto, porque editaba una muy buena y cuidada selección de clásicos en la que cabía también la poesía, con aportaciones, entre otros, de José María Valverde, Gabriel Oliver o Carlos Pujol. Y seguro que no era la más rentable de la firma.
Quizás el próximo Liber podría servir para homenajear a esos curiosos emprendedores que parecen navegar contra la corriente dominante del neocapitalismo más despiadado, atento apenas a la cuenta de resultados. Con ello Barcelona, que acaba de celebrar un encuentro de cervantistas, mostraría al mundo que sigue empapada del espíritu de su ilustre visitante, don Quijote. El primer moralista que, como años más tarde Nietzsche, se negó a sucumbir a la moral del rebaño.