Las cifras cantan por sí solas. En España, la construcción anual de viviendas de protección oficial (VPO) se ha reducido un 96% desde que gobernaba Felipe González hasta hoy. El parque de VPO ha pasado de ser algo más del 20% en la década de 1990, a un 10% en la década de 2000, un 3% en la de 2010 y ahora se sitúa alrededor del 2,5%. Aunque el Gobierno de España puede legislar sobre vivienda, y a veces lo hace, las Comunidades Autónomas tienen plenas competencias sobre vivienda. Quiero señalar que el desplome de la construcción de nuevas VPO y la drástica disminución de su número en toda España coincide con este traspaso de competencias, mira qué casualidad.

En Cataluña, las cifras son algo peores que la media española. Un poco menos de dos de cada cien viviendas en Cataluña son VPO. Los expertos señalan que la cifra óptima sería veinte de cada cien, aunque, en tiempos de bonanza económica y una buena distribución de la renta entre la población podría ser quince sobre cien. Estamos muy lejos de esas condiciones. Han tenido que pasar diez años para que se construyeran en Cataluña las VPO que necesitaríamos construir, como mínimo, cada año, ahí es nada.

En estos diez años, la provincia de Barcelona ha sido la más afortunada. Aquí se ha concentrado el 96,9% de la construcción de VPO de Cataluña, poco más de 15.600 viviendas entre 2013 y 2023, a las que sumar 199 VPO en Gerona, 60 VPO en Lérida y 277 VPO en Tarragona. Dicho de otro modo, en los últimos diez años, la Generalitat de Catalunya no ha pegado sello en el ámbito de la vivienda. Diez años tirados a la basura.

Por cada VPO que se construye hoy se pierde una VPO y media, porque ha caducado su protección. A finales de esta década, en 2030, el parque actual de VPO habrá disminuido a la mitad y en 2040 sólo quedará una cuarta parte del mismo. Nadie hace nada serio al respecto. De hecho, se han negociado investiduras a troche y moche y el asunto de la vivienda no asoma más que por puro compromiso. Eso sí, entre misa y misa, entre Montserrat y Poblet, se acuerdan cosas identitarias inútiles que echarán a perder cientos de millones de euros a cambio de no se sabe qué.

El mercado anda escaso de oferta. Los precios de la vivienda en el área urbana de Barcelona se han incrementado más del 60% entre 2013 y 2023 y más de un 10% en 2023. El metro cuadrado de una vivienda en el área urbana de Barcelona sobrepasó los cinco mil euros el mes pasado, de media. El metro cuadrado en el resto de Cataluña vale menos de la mitad.

Para disimular, las autoridades se han mostrado muy satisfechas por la legislación que ha permitido controlar el alquiler en las llamadas zonas tensionadas, casi todas en el área metropolitana. En Barcelona, me cuentan, los precios del alquiler se han movido ligeramente a la baja gracias a esta medida. Hablan de una disminución del precio anual del alquiler de alrededor del tres por ciento. Bueno, algo es algo. No cuentan lo mucho que, justo pocos meses antes, habían subido los alquileres gracias a esta misma legislación.

En resumen, ojo al dato, el salario medio de un barcelonés es todavía inferior al precio medio del alquiler de una vivienda en Barcelona. Concurren dos variables en este problema: unos salarios muy bajos y unos alquileres demasiado altos. Por poner un ejemplo, el primer sueldo de un ingeniero recién titulado es el mismo (repito: el mismo) hoy que cuando me saqué el título, hace ya muchos muchos años. Contando con la inflación, sería significativamente menor que entonces. Pues fíjense que alquilar una simple habitación en la ciudad se llevaría ese sueldo completo y algo más. Ahora imagínense un trabajo no cualificado, tan digno como cualquier otro, pero menos remunerado. Es una salvajada.

Sólo el deterioro mayúsculo del Estado del Bienestar puede ponerse a la par con este problemón. Se requiere, y se requiere ya, un pacto a largo plazo entre todas las fuerzas políticas para ponerle remedio. Pero ¡quia! Mejor impulsamos un plan para que se hable más catalán en Barcelona, porque nos quita el sueño que la gente hable lo que les dé la gana y no lo que nos gustaría que hablase entre misa y misa. Amén. De verdad, ¿nos merecemos esto?