Leí hace poco, en las páginas de negocios de un periódico de gran tirada y prestigio, que no sé qué multinacional del mundo de la consultoría había incorporado la inteligencia artificial a la elaboración de sus informes. Gracias a ello, decía, sus cuarenta y tantos mil consultores en todo el mundo habían mejorado el rendimiento a la hora de escribir informes en un 30% y mejorado la calidad de su redacción en un cuarenta y pico por ciento, o era al revés, no importa.
Yo soy un potencial cliente y leo algo así y salgo corriendo, porque lo que me está diciendo esa empresa es que sus consultores no saben escribir ni redactar un texto coherente. También prueba una cosa que ya sospechaba, que una gran parte de los informes de consultoría, por los que se paga un pastón que da miedo, son un bla, bla, bla copiado y pegado mil veces que conforman un discurso hueco, falto de contenido y que tanto vale para un roto como para un descosido. Al final, ay, te venderán un programa informático caro, complicado y que no necesitas.
También ocurre que la llamada inteligencia artificial no es todavía propiamente inteligencia, sino un algoritmo que gestiona una ingente acumulación de datos a gran velocidad. Quiero decir que no piensa ni deduce ni imagina, sino que asocia estadísticamente unas palabras con otras y sale lo que sale. Y todo viene al caso porque en los concursos literarios ya aparecen novelas escritas con estos algoritmos entre los manuscritos que optan al premio. El escritor de verdad ya lleva mucho tiempo a la sombra de los autores mediáticos o de los equipos de guionistas con pseudónimo de señora, que venden lo que no está escrito, valga el juego de palabras. Sólo faltaba ahora que venga una máquina a soltar páginas y páginas de cháchara intranscendente, que es, básicamente, lo que hace la mal llamada inteligencia artificial.
En Barcelona tenemos un ecosistema literario y estas cosas se comentan de tapadillo, en el mundillo editorial. Ya sabemos que si se convoca un premio literario en catalán, los jueces serán todos «de la corda» y seguro que Gerard Quintana o Gemma Lienas estarán entre ellos. Por supuesto, si no lo gana Pilar Rahola, lo ganará algún periodista que salga en TV3. Está cantado. Como el argumento, que si no va de cátaros, va de templarios, almogávares o es uno que favorezca que en la cubierta del libro aparezca una señora dándonos la espalda y contemplando el paisaje. Hace ya mucho tiempo que esta clase de veredictos está creando un mundillo literario en catalán de una mediocridad abrumadora, aplastante, que no deja espacio para que las nuevas voces puedan surgir y asombrar con su prosa.
Además, en un par de días, se falla el Planeta, ¿no? Otra vez con el ¡ay! en el corazón para ver quién se lleva un millón de euros a casa. ¿Quién será? Llevamos una temporada en que la protagonista de las novelas finalistas es una mujer empoderada que descubre una caja de zapatos en el fondo de un armario donde se guardan unas fotografías que ponen al descubierto un secreto familiar celosamente guardado protagonizado por su madre o su abuela, que salen dándonos la espalda en la cubierta del libro, contemplando el paisaje. O eso o un psicópata haciendo cosas de psicópatas. A ver este año. Pero lo importante es el paripé. La gala del premio se ha convertido en la reunión social más importante de Barcelona en todo el año, con diferencia. Tendremos reyes y este año no faltarán ni alcaldes ni muy honorables presidentes y consellers, porque los de ahora no están por tonterías y prefieren los canapés. Si quieren jugar, ahí está la lista de los 10 finalistas. Hagan sus apuestas. Pilar Rahola no será, también lo digo.
Mientras tanto, esa concentración de autores y editores que puso a Barcelona en los libros ya no se da, pero vamos tirando de rentas. Las librerías, sustento de todo el aparato, aguantan como pueden. Han cerrado librerías de barrio y otras de toda la vida y algunas han tenido que abandonar su local por culpa de los alquileres. Por si fuera poco, las bibliotecas de Barcelona, las municipales y las de la Diputación, no parece que pasan por su mejor momento. Sus trabajadores han protagonizado huelgas y protestas desde finales de verano, aunque han pasado casi desapercibidas.
Pero, pese a todo, pese incluso a los poderes públicos, todavía hay gente que escribe, que edita, que publica, que vende libros y que lee. Es un pequeño milagro.