Más establecimientos emblemáticos de Barcelona cierran para siempre. Evocarlos no es nostalgia, porque la nostalgia sólo sirve para la literatura. La desaparición de comercios, restaurantes, cafés, cines, bailes y de su clientela es ley de vida. E históricamente, toda ciudad ha sido y es un derribar y construir edificios. No hay que remontarse a muchos siglos atrás para comprobar que la vida ha sido siempre más o menos igual y repetitiva. Y de nada sirvieron ni sirven tantos lloriqueos de mala conciencia por lo que tiempo se llevó, se lleva y se llevará.

El protagonista de la película Le Petit soldat (1963), dirigida por Jean Luc Godard, afirma que para hacer feliz a un hombre sólo son necesarias tres cosas:  “Un bosque en Alemania, un paseo en bicicleta y una terraza de café en Barcelona”. Pero si el cineasta maoísta y padre de la nouvelle vague y el actor Michel Subor volviesen a esta vida y a Barcelona, verían que las bicicletas estorban en las calles, caminos y carreteras. Y que hay terrazas que compiten en mal gusto, sablazos y peor servicio. Queda el bosque en Alemania.  

Otras comprobaciones de que hay cosas que sólo cambian para empeorar se hallan en los artículos y libros de Andreu- Avel·lí Artís i Tomás (Barcelona, 1908- Sitges, 2006), alias Sempronio. Genio del periodismo local y cronista oficial y de honor de Barcelona. En ‘Aquella entremaliada Barcelona’ (1978), ya advertía: “La Barcelona que yo conocí era, hasta cierto punto, más fina y avanzada que la actual”. Cientos de crónicas, doce libros sobre la ciudad y los barceloneses, un poemario y una zarzuela con Barcelona en los títulos. Todos narran la ciudad que fue una fiesta, la que llevaba sombrero, la de las cosas que se decían a media voz, la de las confesiones a medias… Sus hipocresías.

Pequeña y poco ruidosa: “Todo giraba en torno a la plaza de Catalunya y el Paralelo”. La primera, la Rambla de los ricos. El segundo, el de los pobres. “Nadie paseaba por el Eixample ni la Diagonal”. Había burras de leche en la calle Robadors, tartanas y tranvías por las Ramblas, pescadores en el puerto… Sobreviven las floristas y la Boqueria, que ni es ni será lo que fue. Entre sus artículos más entrañables, el “Elogi de cul-de-café”, sobre las personas que pasaban media vida en los cafés, donde hacían tertulias, leían y escribían a mano. Sin ordenadores y con trato humano. Al revés de ahora.

Refugios de intelectuales, políticos, anarquistas, ricos, pobres, artistas, señoritas de pago… Los más célebres: La Lluna, el Tívoli, el Suís, el Liceu, el Tostadero, la Maison, el Términus, el Salón Rosa, el Colón, el Royal… Resiste el de la Ópera.

Según Sempronio: “Algunos comparables al Greco de Roma, al Gijón de Madrid, al Florián de Venecia, a Les  Deux Magos de París…” Sólo se trata de viajar, ver, comparar y preguntarse: ¿Qué se hizo de…? ¿Ubi sunt? Como Jorge Manrique allá en el Siglo XV:  “¿Qué se hizieron las damas, / sus tocados e vestidos, / sus olores?”... El Ayuntamiento ni lo sabe ni le importa.