El Ayuntamiento de Barcelona acaba de anunciar que incrementará la campaña de concienciación ante comportamientos inadecuados, ahora en la calle supuestamente pacificada de Consell de Cent. Los agentes cívicos explicarán a quienes aparcan o circulan sin cumplir las normas, ya sea en patinete, bicicleta, moto o cualquier otro vehículo, que no deben hacerlo y que podrían ser multados. También a las furgonetas de reparto, que han descubierto que la calle es un inmenso aparcamiento gratuito. Eso de ir explicando lo obvio a quien lo sabe y poco le importa, aparte de una actividad inútil, como señalan los vecinos, resulta una actitud profundamente injusta para los que sí son multados en el resto de la ciudad por esos mismos motivos o por otros cualesquiera. Y esto no tiene que ver con lo que solicita el Síndic: evitar la persecución de los más vulnerables. Una cosa es la vulnerabilidad y otra el incivismo.

Aunque tal vez convendría debatir la conveniencia de las sanciones: si la advertencia es la mejor solución, vale la pena universalizarla. No hay que eliminar las sanciones sólo en algunas calles de Barcelona y para infracciones de tráfico, sino extender la permisividad a toda la ciudad y ¿por qué no? al universo mundo.

Con esa concepción sobre el cumplimiento de las leyes no hacen falta guardias ni jueces ni agentes cívicos. Basta con llenar las calles de pasquines, banderolas y pegatinas anunciando que ese 70% de personas que circulan en patinete por las aceras actúa mal. No sólo mal, actúa muy mal. Y también se puede poner junto a cada semáforo un rótulo recomendando respetar el rojo al 25% de patinetes que se los salta. Después de todo, estos mensajes tendrán la misma eficacia que los agentes cívicos: ninguna, pero saldrán más baratos.

Y ya puestos, se puede proponer que la advertencia se convierta en norma de conducta en el resto de las relaciones sociales. A quien robe más de la cuenta se le conmina a no hacerlo. Si roba poco, entre la legislación y las deficiencias judiciales no hay ni que advertirle.

Si se aplicase este sistema de tolerancia universal en todos los casos, Pablo Casado seguiría siendo líder del PP porque no hubiera sugerido que Isabel Díaz Ayuso estaba rodeada de familiares con comportamientos poco edificantes. A nadie le importaría para quién eran los sobres con, presumiblemente, dinero, y la inscripción M. Rajoy, porque, después de todo, aunque fuera un delito, bastaría con advertir a quien haya tras esa referencia que no debería seguir recibiendo ese tipo de correspondencia. Tampoco habría caso Koldo y los socialistas no estarían obligados a explicar por qué volvieron a incluir en las listas a José Luis Ábalos. Lo de Errejón es otro cantar.

La ley de amnistía sería innecesaria porque, en vez de condenas por malversación y otros delitos, lo máximo que se hubiera aplicado a los sublevados sería un tirón de orejas acompañado de un “esperamos que no vuelva usted a hacerlo porque ya ve que no es de recibo”. Aunque tal vez el tirón de orejas, al ser físico, resulte un castigo excesivo. Debería de aclararlo el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, que patrocina la política antisancionadora, eso sí, de momento sólo en algunos casos.

Lo malo de tanta permisividad es que crea escuela: hoy la indisciplina viaria se extiende por toda la ciudad. Consell de Cent es una muestra, pero resulta más que difícil ser peatón y ejercer como tal en las aceras barcelonesas, ocupadas por ciclistas, patinetes e incluso motos. Y a veces, coches.

El transporte público hace tiempo que ha perdido el derecho de paso por el carril que se le ha reservado, ocupado en toda la ciudad por vehículos dedicados al transporte de mercancías, que invaden ya hasta las plazas de minusválidos. Y, como todo es gratis, el incivismo se generaliza. Habrá que contratar a millares de agentes cívicos que expliquen al personal que robar e incluso matar queda muy feo y que, a quien le pillen en ello varias veces, habrá que reñirle con mucha seriedad. Salvo que los agentes citados se apunten al mal comportamiento y decidan, sin consecuencias, dejar de trabajar y no sacar los colores a nadie. Después de todo, hoy te pillan in fraganti y, como se ha visto en el entorno de Díaz Ayuso, en vez de ponerse uno rojo de vergüenza saca pecho y se va de vacaciones para aumentar las desgravaciones fiscales. ¡Qué ya son ganas eso de cobrar impuestos!

Barcelona puede así reclamarse heredera del espíritu de mayo del 68, aplicando el prohibido prohibir con nuevas fórmulas que permiten que la ciudad sea pionera en soluciones para el tráfico y la convivencia.