Recuperar el Arnau no es solo recuperar un teatro o un cine en el Paral·lel. Es recuperar un trozo de la historia de Barcelona. El local que ahora el Ayuntamiento de Jaume Collboni se propone recuperar nació en 1894 en un edificio de madera, que el éxito lo convirtió en un edificio de obra hace estos días -28 de octubre- nada más y nada menos que 121 años. En aquella época el Teatro Arnau era la frontera entre el industrial Poble Sec y el Barrio Chino, la más que conocida calle de las Tapias que transcurría al lado de su fachad lateral. Así con crudeza, barrio Chino, nada de El Raval. Así lo conocimos los críos del Poble Sec en la década de los 70 del pasado siglo. Como conocimos el Paralelo desoyendo y no leyendo el nombre oficial de la calle por parte del régimen: Marqués del Duero, que toma el nombre de un militar isabelino que se las tuvo con los carlistas.

El teatro no era un centro de la burguesía barcelonesa, antes al contrario. Era un lugar de pantomimas, zarzuelas del género chico y conciertos de canciones y música popular al que acudían desde anarquistas -Buenaventura Durruti tenía su centro de operaciones en el bar Borrell situado a menos de cien metros del Arnau- hasta Alejandro Lerroux, el líder populista conocido por su mote “el emperador del paralelo” porque le apasionaba su vida nocturna, pasando por los líderes de Solidaritat Catalana. Seguramente, también fue un asiduo Francesc Ferrer i Guardia asesinado por el Gobierno tras los hechos de la Semana Trágica de 1909, porque en el Arnau coincidían todos los protagonistas de esos sucesos que el régimen para evitar que se contagiara la revuelta en España la tildó de separatista. El lenguaje es lo que es y ese ya era tema de debate en Barcelona.

Las barricadas rodeaban el Arnau y los conventos de la zona ardían. Desde los balcones se tiraban piedras a la Guardia Civil que no podía entrar en el Poble Sec por las barricadas en las calles Tapiolas, Radas, Poeta Cabanyes o por la violencia que se desató en la Calle Sant Pau, hoy Ronda, donde el primer día de la revuelta se quemó el primer convento. Más tarde, el Arnau también fue espectador de excepción de la huelga de tranvías de 1951. Los barceloneses no cogieron el tranvía en protesta por el aumento del precio del billete y el Paralelo se convirtió en un ir de venir de gente a pie hasta una fábrica cercana, La Canadiense, empresa que electrificó Barcelona de la que sobreviven sus tres chimeneas y cuyo presidente fue Frederick Stark Pearson, que da nombre a la avenida de su nombre en Pedralbes. Unos años antes, en 1919, la victoria de los sindicatos en la huelga de La Canadiense hizo posible que se implantara la jornada de 8 horas en España.

Toda esta historia de Barcelona tenía un protagonista. Primero el Teatro Arnau y desde 1904 combinado con el Cine Arnau que hacía compañía a los numerosos cines del Paralelo. Avenida, América, Condal, Hora, Cine Teatro Nuevo, Regio Palace Vistarama; y teatros como Paco Martínez Soria, Lírico, Talía, y así un sinfín de centros culturales que configuraron la vida popular de un eje cívico y cultural de Barcelona.

Por cierto, un detalle no menor. El Cine Arnau no está en el Paral·lel. Lo parece, pero no. Está en la plaza Raquel Meller que debutó en el cabaret en 1911, poco antes de que el teatro abandonara el nombre de su primer propietario por el cosmopolita Teatro Folies Bergère, como el de París. Aquí no actuó La Bella Dorita, que lo hizo en el Arnau, y da nombre a la plaza donde se ubica El Molino. También lo hizo Sara Montiel que llevó el Arnau a la Televisión con un sugestivo nombre “Ven al Paralelo”.

Jaume Collboni hará posible que este “ven al paralelo” sea una realidad recuperando un trozo de historia. Y es de justicia reconocer que el primer paso lo dio el entonces alcalde Jordi Hereu. Durante su mandato el ayuntamiento se hizo con el local. Luego ni Xavier Trias, ni Ada Colau, y eso que tuvo ocho años de tiempo, lo recuperaron para la ciudad. Ahora el Arnau volverá a ser protagonista. Un noi del Poble Sec, como yo, está encantado porque con la vuelta del Arnau vuelve un trozo de su infancia. Y a Barcelona un trozo de su historia.