Los alcaldes reciben una presión que, en muchas ocasiones, no pueden aguantar. Las demandas que reciben no las pueden satisfacer a corto plazo. Pero son los primeros a los que los ciudadanos piden cuentas, porque se entiende que, en caso de no poder ellos mismos hacer gran cosa, sí pueden reclamar a otras administraciones las respuestas adecuadas.

Eso se está comprobando ahora con la DANA en diferentes territorios. El más afectado, de forma dramática, ha sido el valenciano, con alcaldes que aseguran que no tienen tiempo para criticar a nadie, y que sólo solicitan más y mejor ayuda. En Barcelona se vivió este lunes, con una lluvia intensa, con el riesgo, en algún momento de la mañana, de que se desbordaran por completo infraestructuras de todo tipo.

Sin embargo, no sucedió, pese a los evidentes inconvenientes para todos, como la paralización del servicio de Rodalies, o el cierre de determinadas estaciones de metro.  El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, fue taxativo, al señalar que es crucial “seguir las instrucciones de los mandos públicos”. Sí, pero éstos deben “cumplir los protocolos de Protección Civil”. Es decir, a la orden de los que han dictaminado, desde el departamento de Interior, en este caso que nos ocupa, los distintos planes en función de la intensidad de esas lluvias.

Los problemas que ha ocasionado la DANA fueron más intensos en otras localidades del área metropolitana. Pero las directrices habían sido claras, y nada –por ahora—se desbordó ni hubo que lamentar incidencias graves.

Al margen de la responsabilidad de cada uno, de la pericia en la toma de decisiones, hay una cuestión de fondo de orden filosófico que no se puede dejar atrás. La libertad de todos los ciudadanos depende, en gran medida, del trabajo colectivo de una sociedad.

Es decir, la libertad tiene una dimensión positiva, no únicamente negativa: el impulso de lo público, de los gobiernos, para asegurar que uno, después, podrá tomar una dirección u otra. Sólo en ese momento podremos decir que somos libres.

Sin embargo, el sentido que se le ha dado a la libertad, debido a la influencia del mundo anglosajón, tiene una dimensión en negativo. La defensa frente a alguien, frente al Gobierno, frente al Estado, frente a lo público. No quiero que intervengan en mi vida, en mi esfera privada. Eso ha calado. No se podrá negar que esa concepción ha triunfado. En Estados Unidos, de una forma clara. Veremos el resultado de las elecciones norteamericanas. Trump tiene muchas posibilidades de ganar.

Lo ha explicado de forma brillante Timothy Snyder en su reciente libro Sobre la libertad (Galaxia Gutenberg). La libertad de cada uno implica que lo público tenga un papel principal. ¿Un ejemplo? Las alertas que recibieron los ciudadanos en Barcelona y el área metropolitana en sus móviles, con un sonido muy molesto (lógico) son hoy imprescindibles para que uno decida si se queda en casa, para saber que el metro está cerrado o para conocer si el familiar que espera podrá o no aterrizar en el aeropuerto de El Prat.

Ser adulto, --al margen de lo que ideológicamente se piense, como pagar un porcentaje mayor o menor del IRPF—supone entender que la libertad tiene una dimensión negativa –frente a alguien—pero también positiva.

En Barcelona, por lo menos, Collboni entiende esa dimensión: a la orden de Protección Civil, lo público como prioridad, para que el ciudadano pueda ser libre.