La leyenda atribuye la invención de los belenes a san Francisco de Asís, que era muy devoto. Pero lo más probable es que Paco se limitara a propagar una costumbre popular de origen pagano. Quién sabe. Lo que sí sabemos seguro es que los belenes al uso en nuestros hogares provienen de Nápoles. Ahí, la tradición de los belenes está arraigadísima. Durante todo el año abren comercios especializados en figuritas del belén. La más popular es la de Antonio Vincenzo Stefano Clemente, más conocido como Totó. Aunque murió en 1967, Totó sigue vivo en el recuerdo de los napolitanos, y así le honran.

Aquí, en cambio, ponemos al «caganer» o cagón, que en otras partes de España, Italia o Portugal, donde también es figurita tradicional, llaman «nada» o «zurrapa», según Giménez Barbany. La figura del «caganer» se remonta al siglo XVII. Quien no esté avezado a nuestras costumbres encontrará extraño ver a un señor cagando en un belén, pero es lo que hay. También es tan catalana como aragonesa la costumbre de darle de palos a un tronco para celebrar el nacimiento del Niño Dios. El «tió», «tronca» o «toza», después de ser brutalmente apaleado, era condenado a la hoguera. Hoy, como no tenemos chimenea, acaba en la basura.

Como ven, tenemos muchas tradiciones extrañas alrededor de los belenes y no son precisamente pías. Una de ellas, muy propia de Barcelona y los barceloneses, es quejarse de los belenes que el Ayuntamiento pone cada año en la plaza de Sant Jaume.

Cuando yo era pequeño, íbamos a ver el belén del Ayuntamiento y los escaparates llenos de juguetes de Jorba Preciados. Ahora no hay escaparates de jugueterías como aquellos y uno va a la plaza de Sant Jaume a cagarse en el Ayuntamiento y la madre que lo parió a la vista del último belén. La costumbre tendrá, como mucho, veinte años, pero ha arraigado profundamente en nuestro folklore. 

Todo se basa en un sacrosanto principio: haga lo que haga el Ayuntamiento, está mal. Aunque no tendría por qué hacerlo. A fin de cuentas, el Estado español se define como aconfesional. Pero da igual. Pagamos un belén con dineros públicos y aquí paz y después gloria. Añado que si un año no hay belén, se lía la de Dios.

Los belenes del señor Trias eran tan carcas como él, faltos de frescura, modernidad e imaginación. La señora Colau, en cambio, quiso dárselas de moderna y echó mano del arte conceptual. Pero, claro, al público no le des Chillida, sino Lladró, o Plensa, que vienen a ser lo mismo y la volvió a liar una y otra vez. En ambos casos, los gritos de indignación subían hasta el Tibidabo.

Vistos los antecedentes, el señor Collboni ha puesto un belén aproximadamente convencional en el mismo edificio del Ayuntamiento y una cosa más moderna en la plaza. Pero los críticos son inasequibles al desaliento y no les quites el caramelo del belén. Ya han salido los más encendidos carcas barceloneses, que los hay a patadas, a decir que la estrellita es un insulto a la religión, una ofensa a la verdadera fe, una burla al pueblo de Catalunya, a Dios y la Virgen, poco más o menos. Les ha faltado poco para asegurar acto seguido que era un símbolo satánico, masónico, ñordo o del «lobby» LGTBIQA+. No exagero, les prometo que no exagero, que lo he leído.

En el Ayuntamiento dirán que la estrellita es no sé qué del «Big Bang». Pamplinas. La estrellita es un símbolo universal de la Navidad. Punto. De la religiosa y la comercial. 

Aunque, a decir verdad, mi primerísima impresión fue que habían puesto en medio de la plaza de Sant Jaume la estrellita que decora una de las torres de la Sagrada Família. La torre de la Virgen María, para ser exactos, donde luce una de las estrellitas que venden en los chinos para decorar el árbol de Navidad, pero en grande. Es igual, igual.

La estrellita en cuestión se inauguró con mucho boato, beato, obispos y arzobispo el 8 de diciembre de 2021. Todos ésos que ahora se quejan de ofensas imaginarias a la religión aplaudieron entonces con lágrimas en los ojos el encendido de esa cursilería allá en lo alto. Es curioso que la estrella de Superman sea lo mejor si está en lo alto de la Sagrada Familia y lo peor si está al pie de calle. No sé a qué jugamos, pero seguro que esta tontería es también un rasgo distintivo del ser de Barcelona.