Me voy a meter yo solito en un berenjenal, ya verán ustedes. Porque empezaré hablando del lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo es el nuevo nombre que le han dado a lo que antes era el lenguaje políticamente correcto. De hecho, el secreto del lenguaje correctamente inclusivo, inclusivamente correcto o correctamente político es cambiar el nombre de las cosas cada cierto tiempo. Cada vez más deprisa, porque el público ya ha apreciado la trampa y se aburre enseguida.

Un día, Wittgenstein dijo que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", pero Heidegger fue más allá y aseguró que "el lenguaje es la casa del ser". De hecho, quiso decir que el lenguaje (alemán) es la casa del ser (alemán) y los que no hablen (alemán) no merecen ser. Por eso y por tantos otros como Heidegger, Wittgenstein tuvo que exiliarse de Austria por su condición de judío y homosexual, y eso que hablaba alemán. Sin embargo, recordar las aficiones políticas del cantamañanas de Heidegger es, en algunos círculos, algo molesto. De hecho, cualquier cosa que pueda decirse puede ser, en alguna parte, molesta.

Con el tiempo, la cosa derivó en la corrección política. En resumen, sus adeptos sostienen que la manera de decir cambia el mundo. Por tanto, intentan cambiar las palabras que utilizamos para que el mundo cambie. Personalmente creo que es una memez, pero ustedes pueden opinar lo contrario, faltaría más.

Lo malo es que la moda de la corrección política era campo abonado para el narcisismo, el adanamismo, el identitarismo y la tontería. Fíjense en cuántas personas con responsabilidades en el mundo de la cultura, la empresa o la política han abandonado cualquier intento de cambiar el mundo mediante la acción y se han lanzado al vacío de su discurso para cubrir de palabras lo que antes se llamaba no hacer nada o vivir del cuento.

Aunque hacer, hacen. Por ejemplo, participan en concursos para (cito) la "elaboración de una guía digital de comunicación inclusiva, con perspectiva de género e interseccional, dirigida a profesionales del ámbito social", que costará a las arcas del Ayuntamiento de Barcelona poco más de doce mil euros. Es un concurso que estaba previsto en el "II Plan de justicia de género (2021-2025)".

Esta nueva guía debe incluir dos guías ya existentes, la "Guía de comunicación inclusiva" y una "Guía del lenguaje no sexista" y alguna más, porque no será por guías. Aunque doce mil euros sean el chocolate del loro en un presupuesto como el de Barcelona, me pregunto si no hubiera sido suficiente con una circular que invitara al personal a no faltar al respeto en sus comunicaciones ni emplear expresiones que pudieran ser racistas, clasistas o sexistas.

En esas guías que he mencionado se aconseja enviar a alguien a freír espárragos antes que a tomar por culo. Porque recomendar la sodomía está mal cuando uno podría conminar a cocinar vegetales, y más en una ciudad que presume de "vegan friendly". Aunque también es verdad que no a todo el mundo le gustan los espárragos y creo que el redactor de la guía no ha considerado que los espárragos son símbolos fálicos. Si no me creen, pregunten a cualquier psicoanalista freudiano.

Qué extraño que una guía me diga cómo tengo que hablar con mi compañero de oficina, cómo debo insultarlo o cómo debo enviarlo a la mierda… pero, eh, sin ofender. Más extraño me parece que en el trato con la ciudadanía se dedique tanto tiempo a expresiones como "¡Vete a tomar por culo!", "¡Esto es una mariconada!" o "¡Lloras como una niña!". ¿Así tratan a los ciudadanos? Madre mía.

Mientras tanta gente de bien se preocupa por el buen uso de estas guías, a los demás nos dan por… Quiero decir… Eh… Bueno, que está bien preocuparse por el lenguaje, pero no estaría mal preocuparse también por el mundo. Porque mientras freímos espárragos, la oferta de vivienda de alquiler está en su punto más bajo desde hace quince años, cinco mil pisos al año contra doce mil pisos turísticos, y más de la mitad de los barceloneses que viven en pisos de alquiler quedan en estado de pobreza o extrema pobreza después de pagar al casero.

Dice el alcalde que piensa regular los pisos de alquiler de temporada. A ver si es verdad o si piensa decirlo mucho y muy fuerte para ver si cambia el mercado inmobiliario.