Cataluña acaba este año con la cifra de agresiones sexuales más altas de España. Según el Ministerio del Interior, desde el pasado mes de septiembre las cuatro provincias catalanas superan las cifras de estos delitos en todo el Estado. Barcelona ha registrado 16 casos por cada cien mil habitantes; Tarragona, 16,5; Girona, 17,9 y Lleida, 20. Es la crónica siniestra de otra plaga anunciada. Josep Maria Campistol, director general del Hospital Clínic, la había avisado: “cada año crece la violencia sexual en Barcelona”.
La calificó de problema social de salud pública y predijo que el aumento de agresiones sexuales es “auténticamente demencial”. Son datos objetivos. Ni las “percepciones” tras las que se escondían el conseller de Interior, Ignasi Elena y sus mandos policiales de confianza. Los que fueron incapaces de detener a Puigdemont durante su rocambolesca visita a Barcelona.
Mezclar una cosa con la otra no es cosa de extrema derecha ni de fascistas a los que culpan de hasta de las catástrofes cósmicas. Porque desde el inicio del llamado “proceso” la actuación policial se politizó y se dividió entre los jefes al servicio de Junts y de ERC y los agentes que pensaban que “la república no existe, idiota”.
El trabajo de la policía se degradó más con la intromisión de los Comunes, la CUP, onegés y comandos antisistema dedicados a boicotear, difamar y desprestigiar a las cuerpos de seguridad. Como Ada Colau y Gala Pin desmontando la Guardia Urbana y Jessica Albiach en sus insultos contra los Mossos de Esquadra.
¿Qué tendrá que ver este desmadre con las agresiones sexuales?, puede preguntarse. Pues que como dijo Pasqual Maragall: “En Barcelona todo va ligado y una cosa lleva a la otra”.
Una cosa ha sido la pérdida de autoridad de la policía. Otra, que leyes podemitas como la del sí es sí han rebajado las penas de violadores y han excarcelado a cientos de ellos. Después, la sensación de impunidad. Y finalmente, la beatería y las modas buenistas y wokes de ERC y compañía. Como las activistas profesionales de la Sección Femenina, con sus puntos lilas, su propaganda agresiva y machacona que a menudo produce efectos inversos a los pretendidos. O como los carteles contra la violencia y las agresiones sexuales en las entradas de las aldeas, que distraen a los conductores y no resuelven nada.
Si a todo ello se le suma la sobreinformación, el espectáculo y el cotilleo mediático sobre estos crímenes, el campo está abonado para que se disparen los agresores sexuales. Y que se premie un documental sobre la manada de Pamplona es una paradoja. Porque, digan lo que digan los que han fracasado y fracasan a la hora de atajar la epidemia de delitos contra las mujeres, el efecto contagio existe. Como ocurrió con las oleadas de suicidios. O con las bandas de delincuentes juveniles.
Otro dato objetivo aportado por el Hospiltal Clínic es la edad de las víctimas. El 44% han sido menores de 25 y casi el 60% fueron violadas. Por su parte, la policía ha destacado que el 56% de agresiones se registran en el entorno del domicilio o en espacios considerados seguros.
Lo cual indica que las políticas para frenar la criminalidad sexual no han funcionado bien en Barcelona ni en el resto de Cataluña y han causado el efecto contrario.