La ciudad de Barcelona necesita un impulso, dicen los dirigentes de ERC. A la misma hora y sin inmutarse añaden que negociar los presupuestos de la ciudad no es especialmente urgente. Los presupuestos son el alimento de una institución de servicios como es el Ayuntamiento de Barcelona, pero para ERC, no corren prisa. Antes tienen que resolver sus problemas internos, que esos sí que son importantes para los barceloneses.

Mientras tanto y para marear la perdiz, Elisenda Alamany ha propuesto crear un hub del catalán para incidir en su uso en las nuevas tecnologías. Cuando ERC (y Junts) hablan de impulsar el uso de la lengua catalana ya se sabe lo que están diciendo: hay que imponerla a todo hijo de vecino. Eso sí, en nombre de las libertades públicas.

La última oleada del barómetro de Barcelona recoge los porcentajes de hablantes habituales en los dos idiomas mayoritarios en la ciudad: el catalán (45,7%) y el castellano (49,5%). A que el castellano vaya por detrás se agarran los independentistas para decir que el catalán se halla en una situación de emergencia. Peor que nunca. Que sea una falsedad manifiesta no les impide repetirlo. El cuento de la lágrima casi siempre vende bien.

Es imposible afirmar sin sonrojarse que el uso del catalán tiene ahora más problemas que durante los años de la dictadura. Hoy nadie impide a nadie hablar en catalán donde le dé la gana, incluidas las instituciones. Más aún: algunas parecen querer olvidarse de la parte de la población que habla en castellano.

En las redes circulan consignas promoviendo que no se compre en los comercios que no atiendan en catalán. Eso es algo que puede hacer cualquiera. En tiempos de la dictadura ni siquiera se hubiera podido proponer una medida de este tipo. ¿Qué mucha gente no la adopta? Será porque da más importancia al precio y a la calidad que al idioma en que se realice la transacción.

A lo que no parecen dispuestos los independentistas es a la reflexión. Se comprende: el pensamiento crítico y autocrítico no es una de las características del fanatismo. Pero si más de la mitad de barceloneses, libremente, usan como idioma habitual el castellano, quizás sea porque el independentismo utiliza la lengua como una amenaza.

Los datos sobre el idioma habitual por franjas de edad son muy claros. Sólo entre los mayores de 64 años el catalán es dominante (55,7%). En el resto y salvo un empate técnico, en la franja que va de los 25 a los 34, se impone siempre el uso del castellano. Sin que nadie imponga nada. Cada uno hace, en esto, lo que le da la gana.

Que la juventud se aleje del uso del catalán (pese a las políticas educativas de inmersión) igual tiene algún significado. Tal vez percibirlo como una obligación genere actitudes de rechazo.

La insistencia de ERC (y Junts y AC) en que el catalán debe ser impuesto a la población es tan absurda como la pretensión de la Real Academia de la Lengua Española de que los hispanohablantes escriban “güisqui”. Imponer un vocablo ha resultado siempre misión casi imposible. Imponer el uso de un idioma resulta más difícil todavía. Porque, además, es una pretensión sin fundamento.

La idea del independentismo de que a cada nación (con lo difícil que es definir nación y ponerse de acuerdo en ello) corresponde un único idioma no soporta la prueba del algodón. En la mayoría de naciones (incluidas las que son Estado) se hablan varios idiomas. La única lengua franca es el inglés mal hablado, pero que sirve como vía de comunicación en casi todas partes.

Empeñarse en dar prioridad a la cuestión lingüística cuando la ciudad ni siquiera dispone de presupuestos con los que afrontar el día a día es discutir el aliño de la ensalada sin prestar atención a las hortalizas. Puro bizantinismo. O lo que es peor, utilizar la lengua como instrumento para tapar las propias vergüenzas. Un ejemplo: ¿El papel de Junqueras en la campaña contra Ernest Maragall?