De la mano de Podemos, la izquierda del PSC logró recuperar el papel destacado que había obtenido en los primeros tiempos de la democracia medido por los resultados de las generales de 1977 en la provincia de Barcelona -469.361 votos, casi el 20% del total y siete diputados- y en el Ayuntamiento de la capital -151.288 votos, el 19% y nueve concejales-.
En 2015, ya con Pablo Iglesias como aliado, tanto en el consistorio -176.337 votos, 25% y 11 actas- como en el Congreso -766.889 votos, 27% y nueve escaños-, mejoró la marca. Producto de esa crecida se hizo con la alcaldía, que ocupó Ada Colau. A partir de ahí, todo ha ido de bajada, con una pérdida de apoyos del 25% en las municipales y un 47% en las generales.
Aunque inicialmente la líder de la formación iba a orientarse hacia otras actividades, BeC ha rectificado. Lo apostará todo a Colau; ya prepara su campaña electoral de 2027. Una reorientación probablemente relacionada con la situación que atraviesa su partido hermano, dividido y enfrentado ahora bajo dos siglas: Sumar y Podemos.
El primer paso que ha dado BeC ha sido marcar distancias respecto del PSC, con el que formó coalición de gobierno en los dos mandatos de Colau. Los socialistas hacen una gestión conservadora, dicen, por lo que no pactarán los presupuestos del 2025, que sí contaban con el apoyo de ERC. Jaume Collboni ha tenido que prorrogarlos.
Y en paralelo ha iniciado el debate de lo que será el programa de las municipales del 2027. Sus bases están recogidas en los documentos cero de los que Metrópoli Abierta se hizo eco el sábado pasado.
Uno de los aspectos más interesantes de esos papeles es que hacen gala de los logros alcanzados por sus “aliados nacionales” -salario mínimo, ertes en la pandemia, reforma laboral- y a continuación señalan sin empacho que es la única formación del Ayuntamiento que “se debe solo a Barcelona”, que es independiente de otros intereses pese a que tiene ministros en el Gobierno de Pedro Sánchez.
Pero quizá el rasgo más curioso es que a la hora de describir los aspectos negativos de la situación de la ciudad, los comunes coinciden con JxCat, ERC y la CUP en su diagnóstico sobre el uso del catalán, “que va a la baja”. “Cada vez se hace más grande la brecha idiomática”, dicen.
Se refieren a que el 56% de los barceloneses dicen usar el castellano como lengua habitual; y solo el 36%, el catalán. En su opinión, eso tiene que ver con que el 50% de los barceloneses de entre 25 y 39 años han nacido en el extranjero. Y les preocupa, creen que hay que ofrecerles una inmersión. Podrían haber subrayado, quizá, el hecho de que el 8% tiene como lengua materna una distinta a las dos francas de Catalunya, un dato interesante para un partido internacionalista.
Pero no, EcP se alinea con los nacionalistas y su obsesión por tocar a arrebato por la lengua catalana cuando probablemente vive el mejor momento de su historia. Tengo la impresión de que una buena parte de la pérdida de base social de la izquierda del PSC tiene que ver con su acomplejamiento frente al nacionalismo identitario, una enfermedad por la que han pasado todos los partidos clásicos a los que los comunes venían a sustituir.
Al margen, claro está, de que cualquier partido que ha gobernado tiene la obligación de estudiar su gestión, el debe y el haber, para exponer luego el resultado con transparencia y una pizca de humildad ante los electores.