En los pitufos se ven reflejados todos los caracteres, condiciones y oficios, desde el gruñón al gimnasta, pasando por el tímido o el patoso, el carpintero y, por supuesto el patriarca. El sexo femenino, por el contrario, tiene un único referente, la pitufina: guapa, rubia, dulce, inteligente, simpática…. Un dechado de virtudes, vamos. El colmo del machismo. Solo existía, en ese universo azul, un modo de ser mujer; en concreto, el que gusta a los hombres.
El feminismo que se ha impuesto en los últimos años va por los mismos derroteros. Solo existe una manera de ser feminista. En concreto, la que ha bendecido la izquierda radical representada aquí por Podemos, los Comunes o la CUP. Un feminismo al que la prostitución le parece un ejemplo de realización personal y bendice que un boxeador hormonado gane el oro olímpico contra mujeres a las que destrozó por el camino.
Las feministas, en ese universo, solo pueden ser de izquierdas -de las de verdad, no ese sucedáneo llamado socialdemocracia- deben profesar una incondicional adhesión al movimiento LGTBI+ y aceptar sin mover una ceja que las llamen ‘mujeres CIS’ o ‘personas menstruantes’ para que las mujeres trans no se sientan discriminadas. Todo un dilema para las menopáusicas (si no menstruo ni me hormono, ¿todavía puedo considerarme mujer?).
En su visión cosmológica, el movimiento feminista ya debe haber ganado batallas tan esenciales como el techo de cristal, en el mundo laboral y fuera de él, la brecha de género en sueldos y reconocimientos o el insufrible desequilibrio en el reparto del cuidado a nuestros hijos y mayores. Solo así se entiende que hayan olvidado esas batallas en favor de debates tan sustanciales como las ocho diferencias entre la Pride y la Orgullosa, celebraciones ambas del orgullo gay.
Este lunes, Metrópoli Abierta daba buena cuenta de la última muestra de esa particular visión del que debería ser el más transversal de los movimientos políticos, por lo menos entre el 50% de la población. “Campaña feminista de los comunes contra el alcalde Collboni” reza el titular de la pieza en la que se da cuenta de la última batalla propagandística de los de Ada Colau contra la gestión del alcalde Jaume Collboni.
A las Comunes les parece fatal que el Ayuntamiento subvencione la Pride Barcelona y se olvide de la Orgullosa, creada por Colau. Motivo más que suficiente para tachar a Collboni de antifeminista.
Habrá quién piense que tienen razón, y que el alcalde va por ahí provocando a las mujeres con su preferencia por la Pride. Igual no se habla de otra cosa en las reuniones de las feministas fetén y soy yo la que no se entera. Pero a mí me da que el feminismo tiene debates más importantes en los que invertir tiempo y esfuerzos.
Debates como el protagonizado hace un par de semanas por Tasia Aránguez, Paula Fraga, Macarena Olona y Santigo Armesilla, sobre las políticas de igualdad organizado en la Universidad de Granada. Quizá hayan visto imágenes del escrache organizado por los ‘antifascistas’ -no, no se trata de un problema exclusivo de Cataluña, también en otras latitudes hay gente que se cree con derecho a decidir sobre qué se puede discutir, y con quién, en la universidad; y lo que es más gracioso, lo llaman antifascismo-.
“Yo siempre supe que en contra iba a tener a Macarena Olona (Vox) y Santiago Armesilla (marxista), pero nunca tuve miedo de debatir contra nadie” reflexionaba Aránguez tras el escándalo provocado por las cargas policiales para garantizar la celebración del debate. “Los manifestantes sacaron un comunicado contra el acto, en el que no solo anunciaban escrache contra Olona por ultraderechista, sino también contra Armesilla, contra Paula y contra mí, a las que nos llamaban Terfas por nuestras conocidas opiniones feministas” relataba la profesora de Filosofía del Derecho en esa universidad.
La “defensa argumentativa del feminismo fue mejor estrategia para luchar contra el antifeminismo que un escrache. Con escraches no se desarticulan ideologías. Se pueden conseguir más titulares de prensa, pero las falacias antifeministas requieren una refutación expresa”. Suscribo cada palabra de Aránguez.
Por desgracia, cualquiera que haya sabido del debate sin haber estado en Granada ese día se habrá quedado con el espectáculo de Macarena Olona saltando sobre los manifestantes como si fuera una estrella de rock. Algo parecido a lo que sucedió la primavera pasada en la Universidad Complutense, con el intento de cancelación de una conferencia de Marcela Lagarde.
La política mexicana, creadora del concepto jurídico del feminicidio en la que probablemente sea una de las sociedades más violentas del mundo para las mujeres, fue cancelada hace apenas unas semanas en Ciudad Juárez por su oposición al movimiento trans.
“Si un hombre dice que es mujer, las personas menstruantes a obedecer” coreaban los censores de Lagarde. Sería cómico si no fuera tremendamente triste. Y lo más triste, insisto, es que a eso se le llame feminismo.