Es del todo comprensible que Jordi Valls, teniente de alcalde de economía, eche de menos la presencia de una parte del mundo empresarial en la vida de Barcelona; o mejor aún, se entiende perfectamente que él prefiera más implicación, incluso personal, en la capital catalana de esas grandes corporaciones que, para entendernos, llamamos el Ibex-35.
El esfuerzo que hace la ciudad para acabar con la época negacionista y con los efectos colaterales de una Generalitat conflictiva y provocadora reclama cierta colaboración por parte de todos. Quienes dirigen ese trabajo denuncian cierta soledad por parte de los que, en definitiva, se ven beneficiados por esa vuelta a la normalidad.
Está claro que los barceloneses no percibimos la presencia de las ocho compañías del Ibex que tienen sede aquí. Esa proporción, el 23%, supera incluso la participación catalana en el PIB nacional; pero es que tampoco notamos la de las otras 27.
Dudo mucho que exista una ciudad en España donde esa presencia sea muy patente para el ciudadano de a pie, a no ser que pensemos, por ejemplo, en la huella del Banco Santander en la vida de la capital de Cantabria, una ciudad con menos habitantes que Sant Boi. O la que pudo tener alguna caja de ahorros en su localidad de origen de la que incluso tomaba el nombre.
Barcelona y Cataluña son más que un mercado, como se queja Valls, pero, efectivamente, son negocio para las empresas. Su huella en la vida colectiva no responde a impulsos de altruismo, sino a la idea de devolver a sus clientes una parte de los beneficios que obtienen con ellos.
Desde ese punto de vista, el caso del BBVA es muy interesante. Después de absorber Banca Catalana, se hizo con las tres cajas de ahorros que formaron Unim -Sabadell, Terrassa y Manlleu- y con las tres que integraban Catalunya Caixa -Caixa Catalunya, Caixa Tarragona y Manresa-. Es evidente que el banco no reproduce ni la mitad del impacto que tenían esas siete entidades en Cataluña.
Donde esas operaciones sí han dejado impacto es en su cuenta de resultados: el 26% de su negocio nacional procede de Cataluña, como refleja también el número de empleados, los cajeros y las oficinas.
El instrumento con que las cajas se vinculaban a la sociedad, sus fundaciones, se mantiene bajo el nombre de Fundació Antigues Caixes Catalanes. Su actividad, centrada en la concesión de premios culturales y alguna cosa más, pasa absolutamente desapercibida.
Otro tanto ocurre con Endesa, también del Ibex, y con una posición de dominio en la comunidad. En la provincia que menos negocio tiene, Lleida, controla el 51% del mercado. El 40% de sus clientes nacionales son catalanes, donde reside el 39% de su potencia total en España.
Sin embargo, su participación en proyectos culturales o ciudadanos en Barcelona es prácticamente invisible, mientras que en Madrid, donde apenas tiene un 9% del mercado, está en primera línea.
Tiene razón Valls, pero yo diría que el Ayuntamiento de Barcelona debería arremangarse y apretar, en el buen sentido de la palabra, para que esas empresas destinen a patrocinios y esponsorización una parte de las ganancias que obtienen aquí. No creo que el salmantino Ignacio Sánchez Galán haya mantenido y ampliado la huella de Iberdrola en el País Vasco, donde es líder con más del 60% en las tres provincias, simplemente por su deseo de conservar la identidad territorial de la multinacional.