Barcelona tiene una plaza dedicada a George Orwell, de cuya muerte se han cumplido ya 75 años. El autor británico (nacido en la India), cuyo nombre real era Arthur Blair, ha conseguido uno de los mayores logros de un escritor: crear una expresión que se convierte en lugar común. Esa expresión es “gran hermano”, el ojo que todo lo ve de su novela 1984.
Orwell alertaba en ella contra el control sobre la ciudadanía por parte de los Estados y, cuando en 2001 se instaló en Barcelona la primera cámara de vídeo vigilancia callejera, buena parte de la izquierda reaccionó alarmada contra lo que se percibía como una invasión en la intimidad personal.
Paradojas de la historia, esa primera cámara fue instalada en la plaza de George Orwell.
Ha pasado casi un cuarto de siglo y las cosas han cambiado tanto que la propia izquierda acepta ahora el videocontrol. Hace unos días, el responsable de seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, Albert Batlle, proponía elevar las 140 cámaras actuales a unas 500.
Nadie ha levantado la voz contra esta pretensión. Al contrario, casi se aplaude.
El propio Batlle reconoce que la percepción de la ciudadanía sobre la inseguridad no es un reflejo de la realidad. Que las estadísticas señalan que la seguridad no es un problema de máxima prioridad en Barcelona y su entorno. Lo mismo asegura el ministerio del Interior, cuyas cifras muestran un descenso del 6% de los delitos denunciados en Barcelona.
Será como ellos dicen, pero esta misma semana se ha reunido la consejera de Interior (consejería que, casualidad o no, ahora se llama de Interior y Seguridad Pública), Núria Parlón, con representantes de una decena de localidades que forman la asociación de Municipios del Arco Metropolitano, para analizar ese problema.
Forman esta entidad Granollers, Martorell, Mataró, Mollet del Vallès, Rubí, Sabadell, Terrassa, Vilafranca del Penedès, Igualada y Vilanova i la Geltrú. Total más de 900.000 habitantes, a los que hay que añadir el millón y medio de Barcelona.
Más aún: un día sí y otro también se conocen problemas de convivencia en otras poblaciones, Sant Adrià, El Prat, Cornellà, no representadas en la reunión.
Que la agresividad aumenta en una sociedad crispada en los discursos políticos, parece evidente. Esta misma semana el Gobierno catalán ha anunciado que busca solucionar el problema de las agresiones a los médicos.
Dicho sea de paso, agresiones que se han multiplicado tras los recortes en Sanidad que iniciara Artur Mas y que han perjudicado a los usuarios de la sanidad pública. Ahora que reclama reconocimiento para su labor, ahí tiene una muestra de la herencia que dejó.
Vaya por delante: la inseguridad del presente no tiene nada que ver con la que se experimentaba en tiempos pasados cuando Maria del Mar Bonet pudo hacer aquella canción en la que preguntaba ¿qué quiere esa gente que llama de madrugada?
De entonces acá ha habido un cambio radical. Durante la dictadura que no quiere condenar Vox y que el PP condena, cuando lo hace, con la boca pequeña, el enemigo era el propio Estado. La inseguridad era total. Hoy se percibe al Estado (incluidos sus representantes locales, Generalitat y ayuntamientos) como garantes de la seguridad personal.
Probablemente por ese motivo Batlle puede proponer instalar más cámaras en Barcelona sin que ni siquiera la izquierda de la izquierda se rasgue las vestiduras.
Es cierto que, como explicaban en 2001 los representantes de las asociaciones de vecinos, la cámara sirve para perseguir el delito, pero lo previene poco o nada.
Pero lo verdaderamente relevante es el cambio de perspectiva.
Hoy, cuando las voces más asalvajadas del ultraliberalismo (Ayuso y sus amigos de Vox) se pasan el día denunciando la intromisión del Estado en la libertad individual, resulta que la percepción de la gente va en sentido contrario.
Claro que esas mismas voces pondrían el grito en el cielo si alguien anunciara una reducción de las medidas policiales. El caso, como bien saben Feijóo y Puigdemont, es discrepar. Lejos de ellos la funesta manía de colaborar a reducir tensiones, lejos de ellos la funesta manía de pactar.
Lo suyo es echar más leña al fuego para convencer a la gente de que esto es un infierno.