Sin adversarios claros. Con una enorme confusión interna en los partidos que podrían impulsar un competidor serio. A esa situación llega Jaume Collboni tras dos años de las elecciones municipales. Es alcalde con diez concejales. Con dificultades, pero gobierna la ciudad y ha comenzado a pisar el acelerador.
De hecho, es lo que podía hacer Collboni. No mucho más. Sin Esquerra como socio, a pesar de que sus dirigentes en Barcelona llegaron a la conclusión de que era mejor gobernar con el PSC, con concejales en el ejecutivo local, y sin el concurso de Junts, que ganó los comicios, pero no desea ofrecerle ningún caramelo a los socialistas, el alcalde Collboni llegó al convencimiento de que sólo debía ganar tiempo con un objetivo: poner las bases para una victoria y algo más de concejales en 2027.
Y a eso se dedica. Este sábado abrió la puerta a una evidencia. Las administraciones deben tener la cintura necesaria para adaptarse ante nuevas circunstancias. El suelo destinado a la actividad económica en el 22@ debía dejar paso, en parte, al uso como vivienda.
Para ello se debe modificar el PGM, y Collboni anunció que está dispuesto a ello. Sabe que la vivienda es el principal problema para muchos jóvenes y no tan jóvenes. Y es consciente de que esa cuestión es crucial para otros adversarios políticos, como los comunes, que están dispuestos a recuperar a Ada Colau como candidata en 2027.
Collboni ha comenzado la segunda etapa de su mandato con la clara pretensión de obtener réditos. Cuenta, al margen de su mayor o menor éxito de gestión, con una ventaja: no hay candidatos con posibilidades en el otro lado.
Esquerra está desorientada. Ha llegado a un cierto acuerdo con el PSC para colaborar en algunas áreas en el Ayuntamiento, pero no quiere ningún pacto sellado. Y ya no está a tiempo para decidirlo. No tiene candidato o candidata a la alcaldía. Elisenda Alamany no manda en la propia Federación de Barcelona, aunque es secretaria general de ERC.
Entre los críticos con Alamany, y, de hecho, con Oriol Junqueras, no asoma ningún potencial adversario de Collboni. Y el partido, en el conjunto de la política catalana, aguanta con cierta dignidad, pero, en todo caso, no crece.
El partido que ganó las elecciones, con Xavier Trias, tampoco sabe qué hacer. Todo depende en Junts, por ahora, de Carles Puigdemont. No hay alcaldables en el horizonte. El sector económico de la ciudad querría un acuerdo entre Junts y el PSC, a poder ser con Junts en primer lugar, con la voz cantante. Pero no parece que eso sea posible. Por lo menos, no con Jordi Martí, aunque acerque posiciones ahora con el PSC sobre la media del 30% de vivienda pública.
El PP, que dio la alcaldía a Collboni, de la mano de Daniel Sirera, aguanta con fuerza en las encuestas, en la que publicó Metrópoli hace una semana. Pero no se impulsa como una alternativa para dirigir la ciudad. Puede ser, sin embargo, decisivo de nuevo tras los comicios de 2027.
Y luego surge, otra vez, la sombra de Ada Colau, que querría capitalizar un posible descontento con Collboni. Los comunes, sin embargo, lo tienen complicado. Exhibir una buena gestión en la construcción de vivienda pública, por ejemplo, sería una broma de mal gusto.
No hay nadie delante. Eso no quiere decir que Collboni no deba esclarecer un proyecto concreto y ambicioso para Barcelona. La cantidad de obras en marcha en la ciudad no justifican una idea sobre la urbe. Falta algo más. Y falta, principalmente, una brújula. Es decir, con quién se desea impulsar la ciudad en los próximos veinte años.
Un favor a Collboni y a toda la ciudad sería que hubiera alguien delante, con personalidad e ideas claras. ¿Puede aparecer en los próximos meses?