El Ayuntamiento de Barcelona ha incorporado a José Antonio Donaire como nuevo comisionado para el turismo con la misión de hacer de la ciudad un modelo mundial de turismo sostenible.
El profesor de geografía y académico experto en la materia debe concretar la hoja de ruta que el consistorio se marcó el año pasado con su Medida de gobierno para la gestión turística 2024-2027.
El turismo aporta casi el 14% del PIB barcelonés y da empleo a unas 150.000 personas, pero a la vez ha alcanzado su punto de saturación. Hay que adoptar medidas, lo que quiere decir tomar decisiones y pisar callos.
Pero cuando ves a Donaire distinguir entre gentrificación y turistificación, relativizar el límite de acogida de visitantes o negar el efecto disuasorio de la tasa turística --impuesto le llama-- te entran las dudas.
Porque, en paralelo, sostiene que los residentes han sido expulsados del centro de las ciudades, que Cataluña ha llegado al límite de acogida de turistas y que la subida de precios selecciona a clientes con poder adquisitivo. Sin embargo, no cree que se pueda fomentar el llamado turismo de calidad, una expresión que odia. Si te distraes un poco, puedes creer que sostiene una cosa y la contraria. Quizá todo sea cuestión de matices.
Pero también hay concreción en su obra. El comisionado es partidario de reducir la oferta de alojamiento y las vías de acceso a la ciudad, incluida la aeroportuaria; por eso era (o es) contrario a la ampliación de El Prat y elogiaba los modelos de contención de Schiphol o Heathrow.
Y, muy probablemente, si Jaume Collboni le hace caso, en Barcelona dejaremos de asistir al lamentable espectáculo de las despedidas de soltero/as en nuestras calles. A Donaire le gustan los mensajes claros que ya han enviado algunas ciudades a los visitantes que buscan el alcohol barato: no son bienvenidos.
También participa de esa corriente de pensamiento que defiende revertir el paisaje de las grandes ciudades para transformarlas en lugares donde sus habitantes puedan pasar las vacaciones y los ratos de ocio sin necesidad de gastar más, tensionar los precios ni contribuir a la contaminación.
Ideas que van más allá del turismo y que entran en el problema de la vivienda –el académico defiende la paulatina transformación de las segundas residencias en viviendas habituales-- y del cambio climático. Además de una actividad económica, el turismo forma parte de la vida de los ciudadanos.
Propuestas cuyo desarrollo constituye un auténtico reto para los próximos años, sobre todo en lugares como Barcelona, una ciudad que, cuando escribo estas líneas, espera el regreso de los 260.000 vehículos que han salido a disfrutar del puente de Sant Joan (¡justo cuando la Generalitat había recomendado usar el transporte público por la subida de la contaminación!), y limpia de sus playas los restos que han dejado los 92.000 barceloneses que han optado por quedarse en casa. Un desafío.