La gran manifestación contra el turismo masivo fue un fiasco de envergadura. Las crónicas aseguran que apenas 600 personas clamaron contra la mayor industria de la ciudad. No fue un éxito, sin ninguna duda, porque las posturas radicales no son las posturas de la mayoría. Sin embargo, como las meigas, 'los problemas haberlos haylos'. Y no se pueden dejar de lado como si nada.
Pero una cosa es afrontar un problema y otra es intentar eliminar una industria que da trabajo a miles de personas por cuenta ajena y a miles de autónomos exhibiendo pistolas de agua contra los turistas.
Una memez con una cierta dosis de estupidez. Primera aproximación, de todas formas, es que nos olvidemos que en la hostelería y la restauración hay trabajadores que tienen unas condiciones laborales que son condiciones de explotación con salarios de miseria y jornadas infrahumanas.
El Ayuntamiento no puede mirar para otro lado. No lo hace cuando aplica la tasa turística o cuando empieza una cruzada contra los pisos turísticos. Ahí, el consistorio de Jaume Collboni se la juega contra unos poderes fácticos que no se lo pondrán fácil. La patronal de pisos turísticos, desde luego, y la patronal hotelera, con matices, también. Lo que no dicen los hoteleros y los restauradores es que hacen su “agosto” durante prácticamente todo el año.
Pero volvamos al primer reto. El consistorio debe actuar para que el empleo en el sector no sea un subempleo. En Barcelona, trabajan alrededor de 300.000 personas en varios miles de establecimientos.¿Cómo? Intensificando la inspección sanitaria -hay algunos bares que no pasan la inspección más genérica- y la inspección laboral junto con el Ministerio de Trabajo.
La Inspección de Trabajo no es un cuerpo del Estado dotado suficientemente ni de personal ni de medios, pero el Gobierno municipal debería ponerse a ello.
No es excusa la falta de recursos. El Ayuntamiento debe ponerse manos a la obra para construir algún sistema que garantice los salarios que marca el convenio, que se cumplan las horas, que las horas extras se paguen y que la jornada incluya la limpieza del local. No es un ataque contra la patronal, porque la mayoría de los empresarios cumplen con las normas, pero siempre hay el listillo que no se conforma con los beneficios, muy pingues beneficios, que obtiene de forma legal.
No es una anécdota que trabajadores del sector acaban su jornada, cierran el local y lo ponen a punto para el día siguiente. Lo que va del cierre hasta el final de la jornada a cuenta del trabajador, of course. Tampoco es una anécdota que los trabajadores firmen contratos de 4 o 6 horas cuando la realidad es que sus jornadas no bajan de 8 con salario de 4 o 6.
Por tanto, es prioritario normalizar las relaciones laborales porque no es solo garantizar empleo con dignidad sino es garantizar la continuidad y la profesionalidad.
Con frecuencia, y con razón, los empresarios no encuentran personal cualificado. Sin duda es cierto. Muchas veces jóvenes estudiantes se aferran al sector para sacar unos dinerillos. Pero, cobrar poco, trabajar mucho, y en días festivos -que es cuando el sector va como un tiro- no es precisamente un atractivo.
Y si a eso le unimos una escasa formación profesional profundizamos en el error. Consolidaremos la precariedad laboral y profesional. Encontrar profesionales requiere formación, condiciones laborales reguladas y salarios dignos, que permitan vivir.
No es que el turismo robe a los ciudadanos el pan y el futuro como decían los convocantes de la manifestación que defendían un cambio de modelo económico. Pero sí tendremos que poner orden en el mundo laboral del sector que no está para tirar cohetes.
El Ayuntamiento ha cogido el toro por los cuernos y trata de frenar el turismo que no consume y causa problemas, amén de instaurar una tasa que ayudará a mejorar la calidad de la oferta, pero no puede dejarse en el tintero en problema laboral. Tirando de la Inspección de Trabajo.