Carles Puigdemont no es un radical de izquierdas. Más bien es muy conservador. De los de derechas de toda la vida. Junts también, pero con sus últimas actuaciones en el Ayuntamiento de Barcelona está acariciando la idea de ser, de nuevo, aquella CUP de derechas, la bandera con la que se bregaba en el espacio independentista para arrinconar a ERC y la CUP, sin olvidar a las Comunes.
Esta CUP solo está efervescente en la capital de Catalunya. En el congreso de los diputados, Junts está en contra de las 35 horas semanales o contra el impuesto a las energéticas. La patronal está encantada de convertir a Junts en su principal lobby de presión. En Barcelona no. El tiro les ha salido por la culata.
Es esotérico ver a Junts votando de la mano con los Comunes para prohibir que la Guardia Urbana pueda adquirir 22 pistolas táser. No se trata de tenerlas, sino de poder utilizarlas contra la delincuencia o el incivismo. Se trata de tenerlas para jugar a favor de la seguridad. Pero, Junts votó en contra cuando hace tres meses votó a favor. Y no digamos del espectáculo vergonzoso de no llegar a un acuerdo con el consistorio para levantar la reserva del 30% en la construcción de vivienda.
La medida solo la defienden los comunes a pesar de que el resultado se califica por sí solo: fiasco. Pues a pesar de este fiasco, Junts ha roto las negociaciones y la medida sigue vigente para horror de patronales y constructores. El mundo empresarial se ha puesto equidistante pero la equidistancia es la excusa para no culpar a los nuevos cupaires. Collboni se avino a rebajar el IBI en dos puntos, a pesar de la oposición del concejal de los dineros, Jordi Valls, que la veía un error. Pero Junts quería una rebaja de cuatro puntos y rompió la baraja.
Está claro que Jordi Martí no es la alternativa de Junts en las próximas elecciones. “Conoce muy bien Barcelona pero Barcelona no lo conoce a él”, dicen fuentes de Junts que recuerdan que también rompió las negociaciones en el conflicto de Can Vies y Trias lo pagó en las urnas. No les falta razón. En el último barómetro municipal solo le conocen el 16% de los barceloneses y eso que lleva media vida en el consistorio. Josep Rius tampoco parece.
Los periodistas que cubren la información municipal constatan que no tiene ni idea de la ciudad más allá de las consignas que lleva escritas. Las encuestas no les son favorables, y menos si juegan a la pinza con los Comunes, y quizá este ha sido el principal motivo por el que Mas se ha borrado de la candidatura.
Parece que un grupo de prohombres de Junts le propuso encabezar la lista y la respuesta fue no. Los números no dan y Collboni es el alcalde y no Colau. Insisto, no se lo propuso Carles Puigdemont y algunas fuentes del partido son taxativas “ni lo hará”.
Jaume Giró tampoco está por la labor de dirigir una CUP de derechas. No le han propuesto nada, y su entorno lo ratifica. Lejos queda aquel 2 de junio de 2022 cuando siendo conseller se lo propuso Puigdemont. Este guirigay es el marco en el que hay que leer que la CUP de derechas se haya impuesto en el grupo municipal. Pero no cuela. Ni Jordi Martí, ni Damià Calvet, ni Joana Ortega, ni Neus Munté son unos peligrosos izquierdistas, pero la falta de líder implica desubicación, incoherencia y ocurrencia.
Y el líder del exterior está en otro mundo. Dicen que hace unos meses envió un mensaje: a Collboni ni agua. Y en esto están los regidores barceloneses desarrollando una política basada en cuanto peor, mejor. Sin embargo, el mundo empresarial está moviendo piezas con quién manda y reside en Waterloo. Veremos.
El problema es que la burguesía barcelonesa les ayudó con Trias para que fuera su alcalde y se dejaron la dentadura en el bordillo. Collboni se quedó con la vara de mando y Trias está en su casa. Ahora sus herederos hacen la pinza al alcalde con los comunes, aunque personalmente creo que se les ha ido la pinza. Cada uno se suicida como quiere. Y Junts ha decidido.