Con claridad. Eso sería lo preferible, que las autoridades constataran lo que quieren, sin más subterfugios. Tras un tiempo en el que se intuía todo, pero no se acababa de escuchar, el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, verbaliza una palabra maldita: “el decrecimiento”. Decrecimiento en algunos ámbitos, que se puedan compensar con el crecimiento en otros.

Y esa menor intensidad la quiere Collboni para el turismo, con el nombramiento de un comisionado, José Antonio Donaire, que desea regular ese flujo, desde el convencimiento de que el propio valor de las ciudades perderá si acaban siendo urbes que reciben un turismo masificado.

“La experiencia del visitante será peor en una ciudad masificada”, señalaba Collboni en una entrevista en Metrópoli. Y ese objetivo se ha plasmado en la decisión de reducir el número de terminales de cruceros de siete a cinco.

En realidad, ¿eso implicará menos turistas? Dependerá. No es algo automático. Lo que quiere el consistorio es priorizar los cruceros de puerto base, los de inicio y final de viaje, que se consideran menos invasivos.

Eso quiere decir que habrá cruceristas que puedan hacer noche en la ciudad, una o dos noches, y que no estarán, únicamente, unas pocas horas, para embarcar, de nuevo, en el crucero. Eso sucede ahora, y se ven hordas de turistas caminando a toda prisa para ‘ver’ cuatro cosas, y decir que han estado en Barcelona, antes de subir otra vez al barco.

Sería conveniente reflexionar sobre esa ‘experiencia’ del crucerista, que parece un poco extraña. Pero a muchas personas les gusta. Y hay una extensa oferta. Por tanto, nada que decir. Que cada uno haga lo que quiera.

Otra cosa es la respuesta que deban ofrecer las ciudades, las que desean –cada vez serán menos—que el local pueda todavía sabe identificar dónde ha vivido y quiere seguir viviendo.

La cuestión es que Collboni ha puesto las bases para un cambio en el modelo turístico. Aunque falla una cosa: si se quiere la ampliación del aeropuerto de El Prat, ¿hasta qué punto podrá Collboni o quién le suceda en el Ayuntamiento y tenga la misma línea, contener el turismo?

O dicho de otro modo: aunque se quiera potenciar las relaciones económicas, la inversión que pueda llegar de Asia y del Pacífico gracias a esas conexiones directas que permitirá la ampliación de El Prat, también llegará turismo.

Puede que se prefiera ese turismo, con más capacidad adquisitiva. Pero se le deberá ofrecer una estancia cómoda, y todo se dirige a restringir esas pernoctaciones: limitación de pisos turísticos y de nuevos hoteles.

¿Es una contradicción? El Prat, y en este caso también se agradecerá la claridad, supondrá un mayor flujo de posibles turistas. Pero las políticas municipales se dirigen, ya sin tapujos, hacia una reducción de ese turismo.

Si lo que se quiere es filtrar el turismo que se diga también de forma abierta. Y eso sólo pasa por una fórmula: elevar los precios de toda la cadena de valor. Igual ganaría el conjunto de la ciudad. También los hoteleros que se cabrean ahora con el incremento de la tasa turística.