Dice TV3, como si informara de un hecho, que el Ayuntamiento de Barcelona le ha puesto deberes al Barça para que pueda abrir el campo parcialmente al público. Es una forma de hablar que cala en el nuevo periodismo: la pleitesía.
Hace años, TV3 era líder de audiencia porque tenía los partidos del Barcelona. Tanto le reportaban que se acostumbró a ceder a los caprichos de la directiva. Y la costumbre ha quedado, incluso cuando ya no le debe nada al club.
El Ayuntamiento no ha puesto deber alguno al Barcelona. Las obligaciones que debe cumplir para que, entre otras cosas, se garantice la seguridad de los asistentes, estaban establecidas antes de que la actual directiva decidiera acometer las obras del estadio para las que ha tenido que endeudar a los socios. ¡Y a saber cómo acaba!
Si algo ha hecho el consistorio es conceder al club prebendas que, más que probablemente, no hubiera otorgado a un particular. O si no, que alguien pida renovar la cocina y que los trabajadores puedan desprender las losetas durante las 24 horas del día para acabar antes. ¡A ver si consigue los permisos!
El Barça, sí.
Etienne de La Boetie, buen amigo de Montaigne, escribió hace años un libro extraordinario: La servidumbre voluntaria. Explicaba que entendía por qué la gente quiere mandar, lo que le costaba entender era por qué había tanta gente dispuesta a obedecer por apenas nada.
Pasa con el Barça. Montones de periodistas lo reverencian y reproducen, sin comprobar absolutamente nada, las afirmaciones de una directiva acostumbrada al descaro.
Si hay un área en la que falla el espíritu crítico, ésa es en la periodística que cubre al Barcelona. Hay excepciones, pero ninguna en la televisión pública catalana.
Es cierto que la televisión del Madrid está igualmente entregada al club blanco. Pero allí los periodistas cobran. Lo hacen por dinero. En TV3, gratis.
¿Alguien pondría a Miguel Ángel Rodríguez a informar sobre la actividad del PP? Pues algunos periodistas traspúan la misma entrega al Barça. Nuevamente, gratis. Bueno, pagados por todos, incluso los que no simpatizan con los azulgrana, que alguno debe de haber en Catalunya, además de Salvador Illa, porque esta misma semana el Espanyol ha superado los 32.600 socios.
Lo malo es que informan del día a día con la misma pasión y entrega que radian los partidos de los que, ¡vaya por Dios!, carecen de imágenes.
¿Qué fue del millón que la empresa concesionaria de las obras debía abonar al club por cada semana de retraso? Con ese dinero se podría fichar a cualquier nuevo Messi, pero algo fallaba en el contrato redactado por la junta porque en la caja no ha ingresado ni un euro por ese concepto.
Más de un periodista dio por hecho el fichaje de Nico Williams y ahora se presenta a un asalariado (Ter Stegen) como un villano por cuidar de sus propios intereses.
¿Cuántas veces se ha oído que su ficha es de las más altas? Y casi nunca se añaden dos consideraciones: que alguien admitió esas cantidades desde la directiva del Barça y que una parte del importe se debe a aplazamientos de sueldos de años pasados.
Por si no se entiende, el portero aceptó dilatar los cobros (Dolores de Cospedal lo llamaba pago en diferido) para hacer un favor al Barça y que pudiera presentar cifras que le dieran permiso para fichar.
Eso de esconder pagos es una vieja treta que Joan Laporta debe de haber aprendido del nacionalismo al que se entrega, cuando se lo permite Florentino Pérez.
Durante años, los gobiernos de Pujol ofrecieron a los municipios financiar piscinas, bibliotecas, centros cívicos y otras obras con una condición: el consistorio pedía un crédito y la Generalitat lo avalaba y se comprometía al pago. De esta forma, la deuda de la Generalitat parecía mucho menor de lo que en realidad era.
Esa deuda se la comió el tripartito, que no quiso levantar las alfombras en nombre de una institucionalidad mal entendida. Tan escrupulosamente institucional quiso ser que algún consejero se negó a facilitar las facturas de puros habanos que cierto directivo una empresa pública (de la época de CDC) cargaba al erario público.
De los gastos del Barcelona apenas se sabe la mitad de la misa. Y lo que se sabe huele a chamusquina, como esos contratos aprobados sin que se den a conocer las cifras (ni los verdaderos beneficiarios). Y, hay que reconocerlo, los socios tragan.
Eso sí, el Ayuntamiento de Barcelona, gobernado por los socialistas, le tiene ojeriza al club y le pone deberes. A saber: quiere que cumpla las normas comunes al resto de los barceloneses. ¿Cómo se atreve? Menos mal que ahí está TV3 para defenderlo. Y gratis. Amor puro, aunque huela a vasallaje. Al estilo del Congo.