Si es verdad que obras son amores, Barcelona debe de ser una de las ciudades más enamoradas del mundo. Hasta 300, sumadas grandes y pequeñas, urgentes y a largo plazo. Lo malo es que no son un amor de verano: duran y duran y duran.

Barcelona puede mirarse en el espejo de las grandes capitales. En Berlín, hubo un tiempo en el que las camisetas de recuerdo reproducían grúas y carteles en los que se indicaban desvíos de tráfico. Aquello era una locura. Casi como la Barcelona de ahora. Y en lo de los plazos, la cosa va por ahí.

El altar de Pérgamo, que da nombre al museo que lo acoge, está cerrado al público desde 2013. Las previsiones de apertura apuntan al año 2027, aunque no se descarta que se aplace hasta 2030. Una obra casi tan eterna como la barcelonesa línea 9 del metro, que lleva más de 20 años y nadie intuye su final.

Al lado de estos dislates, lo del campo del Barça -que duplica ya el tiempo inicialmente previsto y ¡lo que te rondaré morena!-, es un chiste malo. No se podía esperar menos teniendo al frente del club a Joan Laporta. La falta de seriedad personificada.

Las obras son, claramente, necesarias. Otro asunto es cómo se realicen y la consideración (o la falta de consideración) que tengan las administraciones y las empresas que las ejecutan hacia el ciudadano que temporalmente las sufre.

Una de las grandes arterias afectadas hoy es la calle de Muntaner. Junto a la de Balmes, donde también hay obras, una de las principales vías que llevan desde la zona de la montaña al mar. Nadie discute la necesidad de la intervención. Otro asunto muy distinto es el cuidado (o la falta de cuidado) con que se realiza.

De momento, los coches no pueden circular, pero el espacio reservado inicialmente para el peatón se ha visto, de inmediato, invadido por bicicletas, patinetes y hasta motos sin que el consistorio, en su mayor parte de vacaciones, haya hecho apenas nada por atajar este abuso.

Y eso que, en este punto de la ciudad, se ha reservado paso a los viandantes, porque es más que habitual que se hagan obras en las calles de la ciudad sin que se tenga apenas en cuenta que los peatones tienen que pasar por allí. Unos a pie, otros, con carritos, muletas o sillas de ruedas.

Antes de intervenir, ¿no se consulta a la Guardia Urbana sobre la idoneidad de los espacios reservados para la obra y cómo garantizar los movimientos de los ciudadanos? Porque dejar esa decisión al albur de los operarios parece escasamente oportuno.

Cualquiera que pasee por Barcelona podrá comprobar que los operarios que trabajan cortando losetas lo hacen sin mascarilla, y que los que utilizan martillos eléctricos no llevan protección auditiva. Seguramente porque la prevención laboral no es la primera de las preocupaciones de las empresas subcontratadas hasta casi el infinito.

Si los trabajadores no reciben este tipo de formación (y la inspección de trabajo no lo detecta, pese a estar a simple vista) ¿cómo van a darles formación sobre asuntos viarios?

Los cortes de las calles se hacen por donde más conviene a la intervención, reduciendo el espacio de los peatones para entregárselo a las máquinas y, con frecuencia, reservando sitio para que aparquen los coches de los encargados de obra.

Quien entiende de movilidad, se supone, es la policía local, deberían ser ellos, por tanto, quienes decidieran la distribución de espacios y quienes luego revisaran si se respetan esas distribuciones. Después de todo, son los guardias los encargados de garantizar el derecho de un barcelonés a moverse por la ciudad sin graves inconvenientes, sin tener que ir dando saltos para evitar meterse en una zanja o ser atropellado en plena acera por un vehículo de movilidad unipersonal.

Si un ciudadano hace obras en su casa necesita una licencia de obras y, algunas veces, la Guardia Urbana comprueba que ese permiso se adecúa a los trabajos realizados, si incluye reserva de espacio para el material de derribo y si ese material ocupa la calle más allá de lo razonable. ¿Ocurre los mismo con las obras públicas? ¿Será que ahora cabe todo porque es verano? ¿Mejorarán las cosas cuando los concejales vuelvan de su merecido descanso?

¿Continuará?