Juan Marsé, en una imagen de archivo / EFE
Últimas tardes con Marsé
"Solíamos trabajar en casa de Marsé, quien nos recibía en pantalón de pijama y camiseta imperio a las voces de: Voleu un quintet?
Se cumplen sesenta años de la publicación de la novela de Juan Marsé Últimas tardes con Teresa y me entero por una columna de Joaquim Roglan en este mismo diario. Siempre se me pasan los aniversarios y las efemérides, pero este cumpleaños me resulta especialmente cercano porque me retrotrae a principios de los años 80, cuando el productor cinematográfico Pepón Coromina me contrató para colaborar en el guion de la adaptación de la novela que ya habían empezado a escribir el director Gonzalo Herralde y el propio Marsé.
A los veintitantos años que yo tenía por aquel entonces, la cosa me pareció un encargo suntuoso. Yo, un pringadillo cultureta, colaborando con un cineasta de prestigio y un escritor de mérito al que admiraba desde hacía unos años (cuando en el Drugstore del Paseo de Gracia, que en paz descanse, se podían robar libros impunemente, me hice con Últimas tardes con Teresa: me gusta pensar que no fue un delito, sino una señal para lo que acabaría sucediendo).
No me voy a echar flores, ya que la mayor parte del guion de Últimas tardes con Teresa lo redactaron Marsé y Gonzalo (con el que, en esa época, yo solía irme de copas junto a Enrique Vila Matas), pero estrenarme como guionista de cine (otra de mis carreras sin continuidad) constituyó una experiencia muy estimulante.
Solíamos trabajar en casa de Marsé, quien nos recibía en pantalón de pijama y camiseta imperio a las voces de: Voleu un quintet? Así era el hombre: a la pata la llana no, lo siguiente. Y muy cordial y simpático, aunque nunca le gustaron las adaptaciones al cine de sus novelas.
De mí le dijo a Pepón que era demasiado joven para entender a fondo el libro, y probablemente tenía razón, por mucho que me hubiera gustado y que estuviese predestinado para el proyecto desde la epifanía robaperas del Drugstore.
Fueron unas tardes muy agradables en las que concebí sueños que nunca se hicieron realidad. La película no le gustó a Marsé, pero eso era de prever: yo sigo pensando que es de lo mejor que rodó el amigo Gonzalo y que Ángel Alcázar estuvo muy creíble en el papel del Pijoaparte.
Volví a Marsé años después. Cuando mi amigo Domenec Font quiso llevar al cine Un día volveré, me invitó a colaborar en el guion. Mano a mano. Sin la presencia de Marsé. El proyecto no encontró financiación y se convirtió en una más de esas películas que solo existen en la imaginación de sus creadores.
Coincidí con Marsé en varias ocasiones desde entonces. Me gustaba su aspecto de elefante en cacharrería o, como decía cariñosamente un amigo mío, esa pinta de ser el fontanero que ha venido a arreglar algo en una casa y luego se ha apuntado al jolgorio de turno, confundiéndose entre la masa. Para pillar copas y canapés.
Gonzalo se retiró del cine a lo Gutiérrez Aragón, porque consideraba que el patio no estaba para sus proyectos. Pepón murió de cáncer en 1987, a los 41 años. Domenec nos dejó por sorpresa en 2011. Ángel, el gran Pijoaparte, también falleció antes de tiempo en 2013.
Juan Marsé se tomó su último quintet en 2020. Y yo sigo aquí, con mis batallitas a lo Abuelo Cebolleta, mientras el cuerpo y la mente aguanten. Hablando de amigos muertos y viejas películas, pero no lo lamento: a ciertas edades, ¿acaso hay temas mejores?