La Fontana de Trevi, una de las grandes atracciones turísticas de Roma, solo puede ser visitada por 400 personas cada día tras el filtro que ha impuesto el Gobierno italiano para proteger el patrimonio cultural y la viabilidad de su capital como lugar habitable. Hasta ahora, la afluencia diaria rondaba las 11.000 personas.

Nuestra Sagrada Familia recibe unos 14.000 turistas cada día. Claro que el entorno de la basílica es mayor que la plaza romana, pero las cifras dibujan una desmesura insostenible.

La única y acertada medida que la capital catalana ha tomado para contener el fenómeno es la reducción del número de cruceros. Es fácil de aplicar, como la limitación a la entrada de automóviles que ya funciona en Mallorca para no morir de un atasco, pero algo es algo.

Es muy complicado saber qué estimula a los viajeros y, en consecuencia, qué les puede disuadir. En mayo del 2024, tres turistas españoles murieron en un atentado del Daesh en Afganistán; uno de ellos era una señora de 82 años. ¿Qué le había llevado a ese país en ese momento? ¿Qué lleva a visitar Madagascar ahora mismo, en medio de un golpe de Estado? Difícil, pero la gente va.

El comportamiento humano es gregario y, con demasiada frecuencia, irracional. Cualquiera puede comprobarlo subiendo a la línea V19 del bus: destino Carmel y Park Güell. Los pasajeros, incapaces de separarse medio metro del rebaño, se agolpan entre la entrada y la salida central sin hacer caso de las indicaciones megafónicas para que ocupen el espacio vacío del fondo. En las líneas 24 y 22 pasan cosas muy parecidas.

El monasterio de Montserrat, a 3 de marzo de 2024, en Monistrol de Montserrat LORENA SOPENA - EP

Hemos visto cómo cientos de personas quedan atrapadas en la subida al Everest, atestado de presuntos escaladores a los que nadie pone coto. Pero es que la mismísima montaña de Montserrat se ve masificada los fines de semana por gentes que acuden con la esperanza de cazar ovnis y por tribus de fumadores de porros deseando colocarse bajo la bóveda celeste de los benedictinos.

Hay un consenso bastante extendido y certificado por las cuentas de resultados sobre la eficacia de la excelencia en los servicios turísticos y su consecuente tarificación. Es un paso, sin embargo, que no todo el mundo quiere dar.

Hace unos días publicábamos las quejas de una empresaria de Sant Antoni que lo dejaba claro: no consigue empleados por 1.500€ al mes, y no puede subir el salario porque en ese caso sería ella la que no tendría ganancias. Tenemos un modelo turístico basado en la rotación, en el precio, no en la calidad: las empresas que lo practican pueden obtener rendimientos, pero a cambio de la masificación: al final, quienes lo pagan son sus empleados y los barceloneses.

Se debería hacer algo. Ahora, cuando todo el año es temporada alta, cuando la situación económica en Europa no es mala y aún gobiernan pocos nacionalismos autárquicos, es el momento de las reformas.

La responsabilidad de esos cambios no recae únicamente en la Administración y en los políticos que la gestionan. ¿De qué sirven las patronales y los gremios, además de para protestar, por ejemplo, por la dignificación de las cuotas de la Seguridad Social de los autónomos?

Cada vez que veo sus quejas por cosas como la prohibición de fumar en las terrazas, me pregunto si aquello de la cultura del no afectaba solo a los activistas enfurruñados o es una postura de país que elude los riesgos de afrontar el futuro.