En los últimos tiempos, la familia de Jordi Pujol lo ha paseado por toda Barcelona asistiendo a actos públicos, pese a su deteriorado estado de salud; incluso el 10 de septiembre lo llevaron al Parlament caminando con la ayuda de un taca-taca, donde respondió al oficial de los Mossos d’Esquadra que le rendía honores con una sonrisa ante las cámaras.
He de decir que esa exhibición impúdica me traía a la memoria las imágenes del general Augusto Pinochet en aquella célebre e impostada silla de ruedas. No los comparo, ojo; digo que ambas situaciones me recordaban una representación teatral.
Nada que ver con la última vez que lo vi hace no tanto tiempo en la terraza de un conocido establecimiento de Premià de Dalt del que era habitual: un ciudadano más. Nadie parecía reparar en él, pese a ser conocidísimo, a que ya estaba procesado y a que había reconocido la ocultación de una fortuna en el extranjero.
Entendí que era una demostración de respeto más allá del delito que había confesado; y algo coherente con su figura y el papel que había jugado durante tantos años en la vida pública de Catalunya.
Su familia, sus abogados, quien sea que haya ideado la fórmula pinochetista de evitarle la pena de telediario que tan a menudo purgan los procesados antes siquiera de ser juzgados, han sido poco coherentes con su legado.
Es más que probable que cualquier tribunal que contemplara a un reo en sus condiciones, y con la perspectiva de una vista que durará meses, le dispensara de su presencia física. Incluso una simple petición de comparecencia telemática hubiera sido suficiente para evitarle los desplazamientos y las molestias que a buen seguro le causarían.
El tribunal tele-examinará a Pujol el lunes, día 24, antes de comenzar el juicio, para comprobar con sus ojos lo que dicen los forenses sobre la salud del acusado. ¿Valía la pena la rondalla de los últimos meses?
¿Qué piensan ustedes cuando ven a un anciano penosamente deteriorado expuesto al calor del sol invernal y a la vista denigrante de todo el que pasa por la calle? ¿Qué piensan de su familia? Pues eso.
Es preferible no entrar en materia de las acusaciones –asociación ilícita, blanqueo de capitales, falsedad documental, delito fiscal--, porque es la justicia la que tiene la última palabra.
Como es preferible no valorar las declaraciones de su hijo Oriol cuando dice que el patriarca quiere asistir al juicio para conocer qué pruebas tiene la fiscalía. Porque tampoco es muy coherente pasear la grisura de su decrepitud --hablar de parámetros Alzheimer, lagunas, etc-- para luego dar a entender que el gallo aún está dispuesto a la pelea.
