A mediados de este mes, los representantes del PP en el ayuntamiento de nuestra querida ciudad propusieron que la nueva biblioteca de Barcelona (aquella que debió construirse hace años, pero que se topó en su camino con unas imprescindibles ruinas del siglo XVIII a las que había que salvar en nombre de la Cataluña oprimida y machacada por el perverso estado español), llevase el nombre de Eduardo Mendoza, uno de los autores barceloneses más universales e impagable retratista de nuestra ciudad.
Evidentemente, la propuesta fue rechazada por ERC y los comunes (todo lo que provenga del PP debe ser combatido, aunque tenga cierta lógica), a quienes Mendoza debe parecerles un traidor a la patria que se equivocó voluntariamente de idioma al iniciar su obra con La verdad sobre el caso Savolta, impecable descripción de la Barcelona del pasado. Curiosamente (o no tanto), el PSC se sumó a la negativa de lazis y comunes, dejando a Eduardo sin su flamante biblioteca, que hubiese representado el reconocimiento definitivo (y sentimental) a sus libros. Así van las cosas en esta ciudad: tírate toda la vida hablando de Barcelona (en castellano), llevando la ciudad por todo el mundo civilizado, y no te darán ni la hora.
Supongo que, a Mendoza, ese campeón del humor fatalista, todo esto se la sopla lo más grande. Las cosas le han ido muy bien, ha ganado todos los premios habidos y por haber (el Planeta, el Cervantes, el Princesa de Asturias…), goza de una buena situación económica y dispone de un apartamento en Londres en el que recluirse cuando la coyuntura catalana (y española) le aburre, le agobia o lo abruma.
Pero, por lo poco que le conozco, intuyo que le habría hecho cierta ilusión que se hubiera bautizado con su nombre la nueva biblioteca de Barcelona (que, además, la paga el ministerio de Cultura español, representado actualmente por un pijo comunista de Barcelona que cada vez que abre la boca es para soltar alguna gansada).
Quien se oponga al nacionalismo en Barcelona no puede aspirar a ningún reconocimiento oficial. Aunque el ayuntamiento lo controle un partido que, en teoría, se considera español y constitucional.
Una iniciativa anterior del PP (déjelo correr, señor Sirera) corrió la misma suerte que la biblioteca: ponerle una calle en nuestra ciudad a Mario Vargas Llosa, que pasó en Barcelona algunos de sus mejores años, pero cometió el error de decirles a los independentistas que eran unos paletos y unos garrulos. Solo por eso se quedó sin calle, aunque ya le de lo mismo por razones obvias (lleva un tiempo criando malvas).
Cuando hay que dar un golpe en la mesa para defender cualquier cosa que no goce de la bendición del lazismo nunca se puede contar con el PSC. Eduardo Mendoza es la última víctima del carácter pusilánime de los de Salvador Illa, pero estoy convencido de que habrá más, para que quede claro que el síndrome de Estocolmo que impera en el socialismo catalán desde los tiempos de Pujol sigue rigiendo los destinos del partido. De ERC y los comunes (que ni son nacionalistas ni dejan de serlo, sino todo lo contrario) no se podía esperar otra actitud al respecto. Pero del PSC sí se podía esperar algo distinto a plegarse a las decisiones de los lazis.
Pero hacía falta carácter, y eso es algo que nunca ha tenido el PSC.
Una defensa de la biblioteca Eduardo Mendoza les habría asegurado acusaciones de españolismo, y eso era algo que el partido no se veía capaz de encajar. Y así es el como el PSC nunca superará la condición de mal menor para una parte importante de los habitantes de esta ciudad. Si, claro, mejor Collboni que el Tete Maragall, pero, aparte de eso, ¿qué?
