Las batallas no son nunca definitivas. Es el camino lo que cuenta, la voluntad de ser, el deseo de persistir y dejar huella. En España las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Una ciudad, Madrid, se ha aprovechado del llamado ‘efecto capitalidad’, aunque también hay que señalar que ha buscado con decisión un perfil propio. Madrid está en el mapa mundial con unas características propias. Y una de ellas es que atrae a ciudadanos con poder adquisitivo de América Latina.
Como si fuera un retorno al pasado, el más esplendoroso de la España que fue imperial, Madrid juega a ser la nueva capital del mundo latino. La ciudad del encuentro entre la península y el continente americano. Pero, ¿eso no deja espacio a otros proyectos quizá más sugestivos?
El gobierno municipal del alcalde Jaume Collboni está convencido de que hay margen para algo que puede ser más interesante. Barcelona ha puesto su mirada en Latinoamérica. Siempre la tuvo, es cierto. Y sabemos que buena parte del Eixample y el empuje de muchas iniciativas culturales y cívicas se deben al dinero que muchos catalanes y barceloneses habían ganado en plazas como Cuba. Pero ahora se trata de algo diferente.
Se palpa estos días en la Feria Internacional de Literatura en Guadalajara, en México. La delegación del Ayuntamiento es importante, con el alcalde a la cabeza, pero con la participación también de los grupos políticos que respondieron a la invitación del alcalde, como ERC, comunes y Junts per Catalunya.
El Ayuntamiento no sólo se ha centrado en la literatura y la industria editorial. Quiere influir en lo que denomina la “diplomacia de ciudad”. Hay contactos empresariales, hay persuasión para que se puedan crear vuelos directos entre Barcelona y las principales ciudades latinoamericanas. La idea es que Madrid lo hace muy bien respecto a ese mundo, pero que no puede tener la exclusiva.
Barcelona va tomando el pulso a sus aspiraciones reales en el conjunto de urbes mundiales. Sabe que no puede aspirar a formar parte de una liga exclusiva de primeras ciudades, y también es consciente de que, de hecho, tampoco le conviene.
Pero sí quiere jugar en esa liga de segundas ciudades, como Guadalajara en México, con un área metropolitana de 5,5 millones de habitantes, dentro del estado de Jalisco, que es la misma cantidad que tiene la denominada Gran Barcelona, la región metropolitana.
Y Latinoamérica está en el horizonte. Collboni ha despertado a Barcelona con una idea que hasta hace bien poco se entendía como un tabú. La ciudad es la capital de Catalunya, sí, pero también es una ciudad con dos grandes lenguas, el catalán y el castellano. Y ha sido el destino de muchos ciudadanos latinoamericanos, algunos de ellos acabaron siendo muy ilustres, como los del Boom literario, con García Márquez y Vargas Llosa a la cabeza.
Lo que podía ser un mito no lo es, porque en la ciudad se han instalado nuevos narradores, que son críticos con su ciudad de acogida, pero también expresan un gran amor por ella. Hay un grupo de escritores latinoamericanos muy interesante en Barcelona, comenzando por el peruano Santiago Roncagliolo.
Barcelona está empezando a dejar muchos de sus complejos. Puede mirar al mundo, y, en especial, hacia Latinoamérica. Puede incrementar el número de vuelos directos, puede atraer mucho talento, y todo desde una toma en consideración realista: Madrid puede ser el nuevo Miami, pero Barcelona puede mantener con confianza su plaza como capital mundial de la edición en castellano, como se muestra en una de las exposiciones en Guadalajara.
Y Barcelona sabe que puede y debe jugar en esa gran red de segundas ciudades mundiales. Con éxito y sin la ansiedad de estar luchando por algo imposible.
