El nacionalismo catalán no está contento. Cree que hay una especie de conspiración para “españolizar” Catalunya con el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni. Y, por tanto, también Barcelona, y de forma especial, es objeto de esa operación. Todo está en contra de la lengua catalana. Y la idea de Collboni de crear una beca literaria de tres meses para autores y autoras latinoamericanos respondería a ese proyecto.

Una activista en las redes sociales, Júlia Ojeda Cava, crítica literaria, pide “echar a los socialistas” de todos lados, porque, a su juicio, de forma sibilina o no tanto busca esa “españolización”. También sostiene esa tesis Bernat Dedéu, que colabora en Catalunya Ràdio.

El independentismo busca siempre un culpable, alguien al que se pueda responsabilizar, por ejemplo, del descenso en el uso social del catalán. Y es incapaz de entender discursos irónicos. Todo al pie de la letra, como los ultraortodoxos.

Eso sucedió esta semana en Guadalajara (México), en la Feria Internacional de Literatura (FIL). El escritor Eduardo Mendoza inauguraba el salón literario. Y su discurso, una narración sobre cómo ha ido cambiando Barcelona a lo largo de los siglos, causó irritación.

Es interesante para entender de dónde viene el nacionalismo catalán y su relación con Barcelona. Mendoza siempre utiliza la ironía, con una idea muy clara: han pasado tantas cosas y ha habido tantas tragedias, que lo mejor es tomar una cierta distancia.

Ante un público muy diverso, latinoamericano, Mendoza habló desde su experiencia, la de un niño y un joven que disfrutó de la ciudad. Que había pobreza, que se sobrevivía bajo una dictadura, que se pasó hambre y que la ciudad “era muy oscura y triste”, nadie lo pone en duda. Y Mendoza nunca ha ocultado que fue hijo de una familia acomodada. Su padre fiscal, su madre ama de casa. Vivían en una amplia casa de la calle Mallorca. Es evidente que vivió mejor que la media de los barceloneses o de los que llegaron en masa procedentes de la inmigración española.

Lo que Mendoza dijo en Guadalajara es que Barcelona vivió un momento único. Es lo mismo que ha sostenido, y en este mismo medio, el periodista cultural Ramón de España. En los últimos años del franquismo y en los años de la transición, Barcelona vivió momentos de gran creatividad, de cierta libertad, de falta de control. Y fue más interesante todavía para unas clases sociales que buscaban un cambio desde la comodidad que habían gozado. Eduardo Mendoza fue uno de esos miembros. Y afirmó que para él había sido “divertido”.

¿Quiere eso decir que defendía Mendoza el franquismo, o que no pensaba, desde esa tribuna en Guadalajara, en las clases más desfavorecidas, o en la censura que había experimentado el catalán y la identidad catalana?

Con ese aspecto serio, sin grandes exclamaciones, que, de hecho, provoca la sonrisa, Mendoza incidió en esa “diversión” y en cómo se transformó Barcelona tras los Juegos Olímpicos. Dijo que, en realidad, los ciclos se repiten: de la decadencia al auge, del auge otra vez a la decadencia. Y bromeó con la idea de que los barceloneses “siempre apuestan por los perdedores”, en referencia a la posición de la ciudad al lado del candidato austracista a la corona de España, en 1714, a los que estaban al lado de la República en 1939. ¿Le convierte eso en un indeseable?

Sí lo es para, por ejemplo, Jordi Martí, el líder de Junts en el Ayuntamiento de Barcelona, presente en el acto en Guadalajara.

Es curioso, porque buena parte de ese nacionalismo catalán vivió muy bien bajo el franquismo. Se adaptó de forma prodigiosa, en La ciudad de los prodigios. Explotó de forma conveniente a los obreros que llegaron de toda España. Y se reconvirtió, también de forma asombrosa, a los postulados democráticos.

De la noche a la mañana, un alcalde franquista, como Josep Gomis, pasaba a ser alcalde, también de Montblanc, con CiU. De procurador en las Cortes franquistas pasaba a ser, años después, delegado de la Generalitat en Madrid.

Según Martí lo que se dejó en el tintero Eduardo Mendoza es que los bandos ganadores “siempre han estado vinculados a monarquías autoritarias y dictaduras militares”. Y “lo peor es que debo ser de los pocos asistentes al acto que se han sentido ofendidos por el tono general de su discurso, frívolo y anticatalán”.

Y, claro, lo que no dice Martí es la cantidad de catalanes, --muy catalanistas en la República—que se mostraron favorables al orden y a la dictadura de Franco. Y que la burguesía catalana, casi en pleno, apoyó al anterior dictador, Primo de Rivera, para que pusiera orden y acabara con los anarquistas.

Es lo que hay. Es la historia reciente de Catalunya. ¿Cómo abordar todo eso?

Pues con la ironía habitual de Eduardo Mendoza. Aunque el nacionalismo cerril no sabe entenderlo.