A los empresarios les gustaría que sus empleados trabajaran por amor al arte. Al menos eso se desprende de las declaraciones de su jefe, Antonio Garamendi. ¡Todo un artista!
Junts y ERC, en cambio, están en contra del arte por el arte, posición en la que les acompaña la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana. Algunos de esos escritores lo son a tiempo parcial y no pocos, como decía el añorado Vázquez Montalbán, bajo palabra de honor, porque esa gran obra de la que hablan y hablan nunca acaba de llegar.
Las razones de los autores para obtener el dinero son perfectamente comprensibles: quieren para ellos y sólo para ellos toda la pasta que el Gobierno catalán pueda dedicar a la escritura, con la excusa del catalán. Lo merezcan o no.
Egoísmo de manual, encubierto bajo la capa del patrioterismo lingüístico.
Por eso han protestado tras el anuncio de Jaume Collboni de dotar con 80.000 euros la estancia de un autor latinoamericano en Barcelona y convertirla en materia literaria.
Con todo, hay apuestas para saber si una beca para literatos del universo mundo hubiera provocado la misma respuesta o, tal vez, sólo tal vez, hay algo de españolitis (síntoma evidente de hispanofobia) en la reacción.
Con todo, tienen los críticos algo de razón: Collboni no busca promover la escritura sino la ciudad a través de la literatura. Igual que se busca promocionarla subvencionando películas. Sin ir más lejos, Vicky, Cristina Barcelona, de Woody Allen. O con la ayuda del consistorio a las productoras para sus localizaciones en Barcelona.
También se destina un dineral a la presencia de la ciudad en ferias de turismo, de industria o de gastronomía.
Si el Ayuntamiento de Barcelona se abstuviera de acudir a promocionar Barcelona y Cataluña en esos foros seguro que provocaría las iras de esos dos partidos.
¿Qué sería del victimismo sin el derecho a la queja? Pura escuela Jordi Pujol.
Lo curioso es el esquema argumental, tomado en préstamo de Aliança Catalana: primero, los de casa. Una exigencia a la que se acostumbra a añadir que cualquier cantidad destinada a otros es un agravio al catalán.
La creación de esta beca, sostiene la asociación de escritores, “agrava la situación actual de precariedad profesional” de los autores catalanes. Una afirmación que va más allá de la demagogia: es simplemente mentira.
Se trata de una beca que no existía y que no detrae cantidad alguna de las ya previstas para la actividad en catalán en diversas modalidades. Por lo tanto, si no se resta nada, no se puede agravar precariedad alguna.
Quizás algún día convenga analizar las razones de esa supuesta precariedad, porque la mayoría de escritores (en catalán y en suajili) son hijos de “buena familia”. “Buena” quiere decir “rica”. ¿Necesitan de verdad ayudas?
No deja de ser interesante la lectura del libro de Enrique Murillo, Personaje secundario. Para el asunto de que aquí se trata ofrece detalles sobre la tentación de algunos editores de calcular de forma poco precisa las tiradas, de modo que el porcentaje a pagar a los autores resultase también a la baja.
Tiempo atrás una editorial ofreció a un profesor dirigir una colección de ensayo filosófico en lengua catalana. La intención no era vender libros y ganar dinero, cosa comprensible, sino hacerlo a través del cobro de las ayudas a la edición.
En aquel momento la Generalitat adquiría, de oficio, 300 ejemplares en ediciones superiores a 2.000. La editora pensaba declarar que imprimía esa cantidad pero editar sólo 800. Con eso cubría el coste y lograba beneficio, aunque nadie leyera un solo ejemplar. Como eran clásicos, no había que pagar derechos de autor por la tirada.
Hoy la cultura está muy subvencionada. Pero se subvenciona la producción, no el consumo, de modo que los beneficios muchas veces no llegan al usuario. Un ejemplo: los conciertos de música clásica, con precios nada módicos, pese a las aportaciones que se desvanecen antes de llegar al oyente. O la ópera. O el ballet.
Se aporta dinero al cine, al teatro, a la edición, al doblaje, a los videojuegos, si utilizan el catalán, aunque el resultado sea un bodrio.
Es cierto que hacerlo en función de la calidad abre paso a la censura, porque la valoración tiene mucho de arbitrario. Pero dar dinero para producir también basura no parece la mejor de las soluciones.
A mayor abundancia del disparate que supone la crítica ombliguista a la beca municipal, no está de más recordar que las subvenciones a la creación literaria en lengua catalana superan el millón de euros, sumando las gubernamentales, municipales y las también públicas del Instituto Ramon Llull.
No se trata de eliminarlas. Pero sus destinatarios harían bien en no parecer acaparadores.
