Le apodábamos El Conde, por razones obvias. Era pulcro y vestía como un dandy. Yo le decía que había nacido fuera de sitio, que el suyo era el siglo XIX, como un Lord Byron o un Oscar Wilde redivivos. Tenía sus cosas, como cualquiera de nosotros, pero nunca fue un excéntrico. Al contrario, su fino sentido del humor y una donosa capacidad irónica lo hacían especial, diría que irrepetible. Esas dotes, por cierto, no fueron entendidas por algunos, menos capaces y dotados de su privilegiado olfato periodístico. Para quienes lo duden, les puedo contar multitud de hallazgos suyos, futbolistas que él descubría en equipos ignotos y que luego, como por darle la razón, acababan siendo fichados por un club grande, muchos millones de euros después, Él, españolista desde la grada pública del añorado Sarrià, acostumbraba a decir: “Este, para el Español (con eñe)”, sabedor de que era un imposible, de que el crack acabaría en el Barça, el Bayern o un Manchester.
Además de nacer fuera de siglo, también afirmaba que debería haber sido escocés, ya que le gustaban el golf, el whisky y las pelirrojas -no necesariamente por este orden. Eso no quita -no dejaba de ser otro de sus sarcasmos- que fuese y se sintiese más español que Blas de Lezo o Cabeza de Vaca, dos de sus héroes nacionales.
Pero, sobre todo, Andrés Astruells Femenía (1946) fue un profesional de los pies a la cabeza, uno de los mejores periodistas deportivos que ha dado este país en la segunda parte del pasado siglo y lo que vivió de este. No soy el único que puede afirmarlo, pero sí certificarlo, porque tuve la fortuna de aprender este magnífico y denostado oficio a su vera. Él fue mi maestro y yo su alumno. Eran otros tiempos, de máquina de escribir y sin internet, así que había que buscar la noticia en la calle o por teléfono fijo. En aquella redacción de El Mundo Deportivo, sita en la calle Tallers, al otro lado de La Vanguardia en Pelayo, descubrí el ruido de las linotipias y el olor del plomo. Eran los estertores de otra época, aunque la que venía, la nuestra, la de la fotocomposición y el color, habría de durar menos que la de la litografía. El Jefe era Juan José Castillo, un ser mítico que cortaba los teletipos con una mano mientras que con la otra sujetaba un sempiterno cigarrillo del que apuraba hasta el filtro. Un director sinigual, capaz de inventar el ‘entró, entró’ para la tele, descubrir el golf (y a Seve Ballesteros) a los españoles y escribir de la NBA cuando aquí sólo sabíamos de los Globettroters. Andrés fue su delfín aventajado, con mejor pluma y más clase, porque tenía porte, percha, empaque y parecida facilidad de verbo para dar la talla en conferencias varias o en la Noche del Deporte, creada por el segundo diario deportivo más antiguo de Europa. Atildado y siempre de punto en blanco, hubiese querido heredar de él esa virtud pero, sobre todo, su talento innato para ver lo que a otros nos estaba negado.
En aquella redacción se fumaba, se bebía, se hablaba y se reían los chascarrillos.! Qué tiempos, muchachos que os iniciáis ahora en el periodismo! Lo que os perdisteis, ahora que no se puede hacer nada de eso y vivís abducidos por Google y las redes sociales. Pese a sus miserias, era más auténtico y humano que ahora. Y lo escribo habiéndolo paladeado apenas unos años, los de su decadencia y muerte. Llegaron los ordenadores y murió el reportero de calle. Andrés, como siempre, ya lo vio venir: “Se acabó el periodismo, chato”. Joven e indocumentado, quise hacerle ver las ventajas de las nuevas técnicas: rapidez y telecomunicación. “Querido, seremos esclavos de las máquinas y del propietario”, me contestó. Al principio le negué razones; ahora, como en otras cosas, he de dársela. El periodista se ve obligado a estar en permanente vigilia, todo el día, no sea que Messi cuelgue una foto con su familia en Ibiza y nos perdamos la ‘exclusiva’...
Cuando Andrés empezó en el que sería su oficio de vida las cosas eran diferentes. Empezó en el TeleExprés hasta que lo fichó el Jefe para el más prestigioso diario deportivo de España entonces: El Mundo Deportivo (con artículo, se lo quitaron después por eso de la modernidad). A los entrenamientos del Barça iban cuatro y el cabo. El señor Cusola te franqueaba la puerta del vestuario como si fueras a la oficina, veías todo el entrenamiento y hablabas con todos los jugadores como si nada, o te ibas a tomar una cerveza con ellos para hacer la entrevista. Una vez, Andrés quiso ver a Rinus Michels, a la sazón entrenador cuando Cruyff jugaba, y el holandés le contestó que tenía prisa, pero que, si quería, podía hacerle las preguntas mientras se duchaba. Y así fue.
No todo eran parabienes, claro. Aquella época también tenía su lado oscuro. En 1973, un año después de ganar siete medallas de oro en los JJOO de Múnich, Mark Spitz pasaba unas horas en Barcelona y Andrés, que también trabajaba en el programa ‘Polideportivo’ de RTVE, en los estudios de Miramar (Montjuïc), se ayudó de nuestro campeón Santiago Esteva (había sido compañero de Spitz en la Universidad de Indiana) para poder hacerle un interviú. Tras citarle, la entrevista televisiva nunca pudo realizarse porque no había cámara disponible... Para entendernos: es como si Michael Phelps o Usain Bolt viniesen a Barcelona tras ganar sus medallas olímpicas y no fuesen entrevistados (y en exclusiva) porque la tele de turno se ha quedado sin unidad móvil. Por cierto, que Andrés me metió en el mundo de la natación, un deporte auténtico y poblado de grandes personas.
Pero lo que más valoro de haber sido su amigo (un día me dijo que sería el báculo de su vejez) es que me obligó a ser riguroso en la escritura e imparcial en mis opiniones. Recuerdo que, como pipiolo recién llegado a EMD, me obligaba a entregarle los folios para corregirlo todo: ortografía, sintaxis, extensión. Y el titular, claro. Ahí quedaban sus correcciones a bolígrafo, en rojo, para ser atendidas y repicadas. Reconozco que a menudo me molestaba, pero al cabo aprecié una labor que lastimosamente ha desaparecido en nuestros días. Aquello sí que era editar, y tener al redactor-jefe como una figura que te guiaba y con la que siempre podías contar.
Y la imparcialidad, claro. Los más veteranos recordarán aquel diario deportivo en el que la mitad de la páginas se dedicaban al polideportivo, el Barça y el Español compartían espacio (y portada) y se cuidaban las ligas inferiores. Las estadísticas se llevaban a mano y las fotos del domingo se publicaban en el huecograbado del martes. La imparcialidad, decía... Pues, sin ser perfecto, en aquel Mundo había equidistancia con los diferentes equipos, se repartían palos o lisonjas a quien lo mereciese, y la línea editorial no se escribía al albur de los intereses de algunos. Nada de prebendas ni de buenas palabras a cambio de promociones comerciales. Periodismo, nada más y nada menos. Un ejemplo: españolista como era, Andrés fue el más duro crítico de su equipo predilecto, por honra y por honorabilidad.
Estuvo en JJOO, Mundiales y Europeos de diferentes deportes, y apreciaba como pocos el arte del pugilato cuando todavía peleaban Ali, Sugar Ray o Hagler, aunque siempre decía que si el cubano Stevenson se hubiese hecho profesional, habría sido el más grande. Luego descubrió el golf, que prácticó hasta que la muerte se instaló en él y ya sólo pudo seguirlo desde su butaca; eso sí, sin perder ese fino olfato que le hacía descubrir futuros campeones y descartar falsas perlas mediáticas. Otro tanto en tenis, que también practicó de la mano del malogrado Ricard Maxenchs y que seguía con asiduidad gracias a esos avances tecnológicos que, en contrapartida a su tirria por las novedades, le permitieron ser campeón del mundo de sillón-ball en los momentos aciagos de su enfermedad. Aun postrado en ella, siguió dando lecciones de lucidez y periodismo a todo aquel que le visitaba.
Se ha ido mi maestro y diría que mi segundo padre. Con él descubrí el periodismo e intenté ser mejor profesional y mejor persona. Escribiría mucho más de lo que he narrado hasta ahora, pero no quiero abusar del espacio ni del tiempo. Agradezco a Metrópoli Abierta que me haya permitido expresarme aquí, triste y descangallao, y aprovecho para mandar a todos sus familiares y amigos mi más sentido pésame y cariño. Especialmente Eco, la madre de Mar, una hija que fue su vida; a Quique, yerno y padre de dos preciosos niños, Tomás y Quique JR, que llenaron las últimas horas de una persona con virtudes y defectos, pero extraordinaria.
Así que adiós y hasta siempre, querido.
*Tanatorio Les Cortes, mañana 16:00; entierro, lunes, 15:15