Solo ante el peligro. Porros, juergas en el Metro, escenas de sexo, saltos a vías, fuertes peleas y carteristas descontrolados. “A los vigilantes de seguridad privada nos tratan como una mierda, no nos respetan nada”, detalla M.S, uno de los trabajadores que está dentro de la asociación Marea Negra, en una conversación con Metrópoli Abierta. La creciente inseguridad en Barcelona y la falta de efectivos policiales ha pasado factura a los vigilantes de seguridad privada, que se sienten más desprotegidos que nunca.

Con una porra y unos grilletes tienen que resolver situaciones complejas procurando que nadie salga herido. Al fin y al cabo, su cometido es impedir que se incurran delitos penales y administrativos allá donde estén ellos. En el Metro o en la calle. Por eso, desde la asociación exigen más medidas de autoprotección y más autoridad. “Paso miedo cuando hago una intervención”, confiesa M. S.

–Ellos son muchos, nosotros muy pocos. Cualquier paso en falso… una milésima de segundo y…

Silencio.

–Sé a lo que me dedico. Me despido de mi hijo y no sé si volveré a casa.

Según M.S y su compañero D.U, los carteristas “se crecen cada vez más” y van más armados. “Algunos menas acceden al Metro con cuchillos enormes y metidos de cola hasta arriba”, explican. “Les da igual todo, ese es el problema”, desvelan. No solo eso, sino que, además, ha corrido la voz entre los ladrones para que vengan a Barcelona a hacer de las suyas con total impunidad. Irónicamente, así lo admitía la propia alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, asegurando que “les sale a cuenta venir aquí a robar”.

NOCHES DE FURIA EN EL METRO

La impotencia de los vigilantes es superlativa. Los fines de semana durante la noche, el Metro se convierte en una selva. En zonas como plaza Catalunya y el Port Olímpic se juntan decenas de carteristas que aprovechan cualquier distracción de los turistas para arramplar con todo lo que pueden. A veces, incluso terminan peleándose entre ellos mismos, según narran los vigilantes. Parece una broma. “Pillamos a los carteristas y a los diez minutos bajan de nuevo a robar”, dicen.

La escasa presencia policial se constata cuando atrapan a alguien cometiendo un delito. Los vigilantes de seguridad privada proceden a un cacheo superficial y a una retención preventiva hasta que llega un policía y determina qué se debe de hacer. Pero, en la mayoría de los casos, este intervalo de tiempo se hace eterno. “La gente se altera esperando y es ahí cuando se complica el asunto”, comentan.

EL DOBLE DE CARTERISTAS

Calculan que en los últimos cuatro años se ha doblado el número de carteristas en el Metro y más de un 80 % de ellos son extranjeros. “El Ayuntamiento no puede lavarse las manos, es un problema grave”, insisten.

Por eso, se indignan cada vez que son tildados de racistas, sobre todo en las redes sociales. “Si una persona se cuela, le pediré el billete, me da igual la nacionalidad”, deja claro M. S. “En algunos vídeos que se difunden no se cuenta la historia entera, solo se ve una parte. En la mayoría de casos, los ladrones nos provocan y suelen ser reincidentes. Ya los conocemos bien”, enfatiza. “Aunque nosotros también somos humanos y en ocasiones nos podemos equivocar”, reconoce.

Detención de un supuesto carterista en la parada de metro de Drassanes / PABLO ALEGRE



La jornada laboral de estos vigilantes de seguridad privada termina al amanecer, pero el miedo se lo llevan a casa. La situación ha superado ya a varios compañeros: piden cambios de servicio porque “no quieren terminar ni en la cárcel ni en el cementerio”. Otra de las críticas de los trabajadores es la ley, que juega a favor de los delincuentes y perjudica a los vigilantes, según ellos. “Un compañero se enfrenta ahora a dos años de cárcel por dislocar el hombro de un ladrón que intentaba huir”, cuentan.

DE BAJA POR LA AGRESIÓN DE UN GRAFITERO

Sin ir más lejos, M.S también ha sufrido daños físicos en sus 30 años de profesión. Saca a colación una operación contra los grafiteros. “Son agresivos y van en grupos organizados de unas 20 personas”, subraya. Una noche –en el marco de una persecución– uno de los grafiteros se le abalanzó encima desde una tarima del centro comercial El Triangle. “Cayó en mi pie y estuve de baja nueve meses”. Tampoco se queda atrás D.U, que todavía tiene en la mano la cicatriz del mordisco de una carterista.

Un grupo de grafiteros accede a una estación del Metro de Barcelona / Archivo



A este panorama se añade el creciente intrusismo laboral. “Nuestra tarea no es la misma que la de un controlador de acceso (portero) o auxiliar”, quieren resaltar. Y los sueldos “irrisorios” que cobran por “jugarse la vida cada día”.

–¿Si no puedo defenderme a mí, cómo voy a defenderte a ti?– deja en el aire.

Imagino la situación, asiento, y callo. Sobran las palabras.