Compañero del alma, compañero. Pocas cosas hay más difíciles para un entrevistador que entrevistar a un entrevistador. Y sin embargo, amigo. Ha sido la tuya una crónica silenciosa de tu muerte anunciada. Los años no perdonan y se ha cumplido tu frase favorita de los jesuitas: “Toda situación humana por mala y desesperada que sea, siempre puede empeorar”. Pocas cosas hay más difíciles para un periodista que escribir el obituario de otro periodista. Y sin embargo, amigo. Por eso, “tanto dolor se agrupa en mi costado, /que por doler me duele hasta el aliento.”, como lloró Miguel Hernández. Otro de nuestros poetas perdedores, porque decías que los perdedores tienen más matices, más literatura y más periodismo que aquellos que han tenido una vida fácil y regalada. Y ahora “siento más tu muerte que mi vida”.
La voz más horrorosa de la Ser, decían de ti. El mejor halago cuando Gemma Nierga añadía: “Y la que transmite más sinceridad y emoción”. Tres monos lucían en tu página del Correo Catalán. Uno se tapaba los ojos, otro las orejas y otro la boca. Era el ver oír y callar de cuando el Generalísimo. Te hizo mucha gracia mi talla de madera india que tiene un cuarto mono. El que se tapa los cojones. Por decirlo tan políticamente incorrecto como tu libro Asesinatos por amor, en el que narrabas casos reales de lo que se llamaba crímenes pasionales. Ahora te llevarían ante la fiscalía por machista. Feo, católico y sentimental como el valleinclanesco Marqués de Bradomín, algo tenías que las mujeres se acercaban tanto a ti. Tal vez porque eras como tu prosa periodística tan suave; tan blanda por fuera, que se diría todo de algodón, como Platero.
Maestro de profesión, preferiste el periodismo a la faena de desasnar. Y así llegaste a maestro de maestros del oficio de informar con otros grandes periodistas de tu generación, y sin embargo amigos: González Ledesma, Huertas Clavería, Jaume Fabre, Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Joan de Sagarra, María Eugenia Ibáñez, Josep Ramoneda y tantos otros vivos y muertos. Aunque los viejos periodistas nunca mueren, sólo se reagrupan en el infierno. Tu sentido del humor, especialmente el negro, alegraba nuestros encuentros. “--Hola, ruina. --¿Qué tal lo llevas, momia”? Era nuestro saludo y contraseña. Tanto escribir y leer humor en la revista Por Favor imprimía carácter. Tus crónicas escritas y habladas desde Londres tenían esa flema y ese humor inteligente que se atribuye a los ingleses. En tu estética, hay lecturas de cronistas como Stendhal, García Márquez, Julio Camba, Azorín, Víctor Hugo, Dickens, Kapuscinski… Clásicos, preferentemente. Como lo has sido tú.
Sin pretenderlo ni aceptarlo por tu sentido de la humildad de cristiano de base. En Londres, cuando emigraste para acompañar a tus hijas que fueron a estudiar inglés (ahora te denunciarían por patriarcal), entrevistaste a Graham Greene y a miembros de la Generación Airada: Colin Wilson, Sillitoe, Le Carré, Tom Sharpe, McEwan, Roald Dahl, Forsyth, Ishiguro, Swift, John Osborne y a la familia de Virginia Woolf… Te enamoraste de la crónica de datos sajona, te alejaste algo de la escuela italiana y tu pipa olía más a Sherlock Holmes. Periquito desde niño, “eres del equipo al que te lleva la mano de tu padre”, te gustaba el boxeo, ahora mal visto. Socialista de verso suelto, no caíste en el periodismo partidista. Pesimista ético, tampoco predicaste porque: “El periodismo no arregla el mundo, pero si el diario es bueno, te abre los ojos”.
Por todo ello y en nombre de la memoria de nuestras familias: “A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero,/ que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero”.