El primer teniente de alcalde de Economía, Trabajo, Competitividad y Hacienda, y vicepresidente de la Diputación de Barcelona, Jaume Collboni, se ha apuntado un tanto. No es mucho para tanto cargo, pero es un detalle después de tanto bailar al son que tocan Colau y sus cómplices. La buena obra de Collboni es borrar del mapa de Barcelona a los llamados bicitaxis. Palabro que encubre un transporte movido por tiro humano y más penoso y miserable que cuando se hacía con animales. Un trasto inhumano importado de países sin derechos humanos que son otra vergüenza para la ciudad que fue prodigiosa y olímpica y ahora exuda decadencia y mal gusto hasta por los sobacos sin depilar. No vale la falacia de que les han incorporado motores eléctricos (que también contaminan mientras se fabrican y arden sus baterías en almacenes donde se malgasta electricidad para cargarlas). Debates al margen, la imagen de un pobre hombre que pedalea para transportar a gente con excedentes alimentarios y de cremas solares es la misma de los esclavos que enriquecían a los negreros catalanes.
Lo curioso es que sus socias/os/es de gobierno y sus asociaciones animalistas, que tanto cargan contra todo lo que haga sufrir a caballos, toros, gallinas o monos de circo, nunca se han manifestado contra la explotación pura y dura de seres humanos que pedalean (no para hacer el pijo y lucir bicicletas carísimas, sino para ganarse la vida). Solidarios y progresistas como dicen ser, aceptan el transporte más cruel y retrógrado del mundo, que consiste en que los pobres carguen con los ricos. Collboni ha pactado con la Generalitat, que no es de fiar, pero promete cambiar una ley e imponer multas de seis mil euros. Y es que aunque Collboni se merezca una tímida felicitación, no hay que olvidar que los dos partidos asociados son adictos a la atávica pasión de prohibir.