Nominada y candidata a los Oscar por la Academia Española de Cine, Carla Simón representará a España con su película Alcarràs. Basada en una familia de pueblo leridano que ve cómo se arrasan los campos de melocotoneros para instalar un parque solar, la inteligencia y el talento de Simón pasean por el amor y la muerte de un mundo que se acaba y lo hace con mirada neorrealista y rabia en el corazón. Que Alcarràs es una obra maestra nadie lo duda. Pero la miseria mental e intelectual de la casta política de Barcelona y Cataluña se ha centrado en el localismo porque la autora es barcelonesa y catalana, y su película es la victoria, la gesta y la gloria de la lengua catalana. Una lengua que no entienden cuando los protagonistas la hablan rápido con los modismos y variantes de las tierras leridanas.
Las opiniones interesadas y politizadas sobre la película no han destacado que ha sido la Academia “Española” de Cine la que ha llevado a la cumbre de la élite mundial a una película catalana y no la ha represaliado, perseguido, exiliado ni robado. De igual modo, en lugar de analizarla e intentar entender la película, Carla Simón no ha sido lo suficientemente visibilizada y merecidamente bien retratada. Seguramente porque no luce lazos ni complementos amarillos y se dedica al cine en estado puro. Alcarràs, su gente y sus melocotones demuestran que la realidad del campo no es la de los turistas urbanícolas, ni la de los ecologistas de salón, ni los huertos urbanos de Barcelona, que son gentes que no saben beber en porrón y les dan grima y espanto los caracoles a la brasa.